Michelle Recinos: «No se puede escribir sin antes haber vivido»


Hablamos en esta ocasión con la escritora y periodista salvadoreña Michelle Recinos, que a través de las historias que componen su libro Sustancia de hígado nos abre los ojos ante duras y opresivas realidades del mundo actual de las cuales sus protagonistas parecen no poder escapar.

Tras haber trabajado como periodista, especialmente con la profundidad que ofrecen los reportajes, es de imaginar que esa experiencia con las historias y los problemas reales de las personas que conociste de primera mano jugó un papel importante en la confección de este libro. ¿Es así?

Portada libroEn definitiva, es así. A través del periodismo, la gente te da acceso a muchas de sus historias más profundas. Buena parte de este contenido tan valioso no cabe en la caja del texto, pero no por eso deja de ser un recurso maravilloso por el simple hecho de que está cargado de realismo y de calidad humana. Creo que no se puede escribir sin antes haber vivido, haber experimentado, haber escuchado, haber sentido. No se puede escribir desde un escritorio. Se puede redactar, sí, pero para escribir, como dije, hay que vivir. El periodismo apoya en una pequeña parte de todo esto, pero apoya.

Al poco de ser editado, hubo una orden de censura sobre tu libro. ¿Cómo viviste esta situación, que parece algo ya anacrónico en este siglo?

Este es un tema que dejé saldado hace un tiempo por salud mental, más que nada, y porque creo que ya dije todo lo que podía decir al respecto. Solo puedo decir que, obvio, la pasé feo, y precisamente eso, que pareciera anacrónico.

Sustancia de hígado se compone de nueve textos; nueve historias, podríamos decir. Un denominador común en todas ellas es la violencia, no necesariamente física, llevada a cabo de diferentes formas y a diferentes escalas. ¿Qué fue lo que más te interesó de este enfoque para trabajar como escritora dándoles forma?

Lo acostumbrados que estamos a la violencia. Lo inmersos que estamos en la violencia. Lo natural que nos parece la violencia. Creo que en estas latitudes, la violencia dejó de ser algo teatral al estilo de Hollywood para convertirse en una conversación cotidiana entre una pareja, o el actuar de grupos antiderechos que escupen sus discursos de odio ante la aprobación de miles que están convencidos de que lo que dicen es santa palabra por cómo adornan la realidad o por el volumen con el que lo gritan, o las dinámicas que siguen algunas de las empresas que más emplean a los jóvenes como es el caso de los call centers. Cosas que están ahí, que pasan a diario, que ya no llaman la atención porque no explotan ni sangran necesariamente porque las hemos aceptado como lo normal, como lo que tiene que ser.

Además, vemos que en esas situaciones de violencia y opresión hay un denominador común que son las relaciones de poder, por ejemplo en el ámbito laboral, en la pareja, en cuanto a las clases sociales…

Sí, es lo que mencionaba de la naturalización de estas violencias y opresiones. No llama la atención, no indigna. Solo está ahí porque siempre ha estado ahí. Es lo que escuchamos en nuestras colonias, lo que vemos cuando venimos en el bus, lo que leemos cuando entramos en Facebook. Es todo eso que hemos aceptado como “lo normal”, como “lo que debe ser”, porque históricamente ha sido así.

Un fenómeno interesante que tiene su reflejo en tu libro es del de las grandes plataformas de call center en los países pobres al servicio de la clientela de los países ricos.

Sí, como dije al inicio, no se puede escribir sin vivir. Y creo, desde la experiencia de vida, que el trabajo en los call centers es sin lugar a duda una de las dinámicas más violentas en estas latitudes. El acoso está a la orden del día. Si no es el supervisor, es el compañero. Si no es el compañero, es el de recursos humanos. Y si no es el de recursos humanos, es el mismo cliente. Son dinámicas de explotación tan arraigadas en nuestro sistema de creencias que premia la resistencia como sinónimo de “dignidad”: hasta el día de hoy, hay quienes siguen creyendo que los trabajos que más “dignifican” son aquellos en los que la persona sufre más. Y no es que todo este sistema de explotación se base solo en un sistema de creencias, claramente hay todo un entramado de desprotección estatal, de explotación basada en la nacionalidad, racismo, colonialismo y un largo etcétera; pero, una vez más, caemos en lo naturalizada que tenemos la violencia que no logramos ver lo descompuesto, lo podrido que es un turno de 10 horas seguidas en el que un extraño a miles de kilómetros te ultraja por algo tan absurdo como tu acento, mientras de este lado tenés prohibido cualquier forma de defensa en nombre de tu subsistencia (sobrevivencia) en un sistema económico fracasado que no te ofrece otra alternativa más que las promesas de éxito traducidas en un carro usado a cambio del 70% de tu vida en horas laborales.

Tras haber publicado Sustancia de hígado y, anteriormente, el libro de cuentos Flores que sonríen (2021), ¿está en tus planes dar el salto a la novela?

No me cierro a las posibilidades, la verdad.

Las contadas ocasiones en las que los medios de comunicación españoles hablan de El Salvador son siempre en relación a cuestiones que nada tienen que ver con la literatura. ¿Qué otros nombres emergentes de las letras de tu país podrías citar para arrojar un poco de luz sobre este terreno desconocido al otro lado del Atlántico?

Es imprescindible mencionar a autoras como Jacinta Escudos y Claudia Hernández, ambas salvadoreñas, ambas magistrales en cuento y en novela aunque no necesariamente entren en la categoría de emergentes porque creo que son puntos de partida vitales para adentrarse en lo que se escribe desde estas latitudes. Actualmente, autoras como Lauri García Dueñas, Claudia Denisse Navas y Daniela Demiel, por mencionar a algunas, están haciendo un trabajo sorprendente narrando. Ya si nos vamos a las más “históricas”, es necesario mencionar, obviamente, el trabajo de Claribel Alegría, Matilde Elena López y Josefina Hernández Peñate, por ejemplo.

El pasado septiembre acudiste a la isla de La Palma convocada como participante en el VI Festival Hispanoamericano de Escritores. ¿Qué supuso para ti, con apenas 26 años, tomar parte en este evento internacional junto con destacadas personalidades de la escritura principalmente, y también de la crítica, el periodismo y la investigación?

Se trata de experiencias bien enriquecedoras porque permiten siempre dialogar con otras generaciones, otras formas de escribir y otras formas de vivir-ver el mundo. Yo creo que lo mejor que me dejó fue la oportunidad de conocer y conectar bien con escritoras centroamericanas que están haciendo un trabajo maravilloso. Es sorprendente cómo en una región tan cercana geográficamente estamos tan distanciadas como si se tratara de islas que van sobreviviendo ahí a millones de kilómetros de distancia. Para mí esto último fue sin duda lo mejor.