La periodista Ana Basanta nos habla de su última trabajo hasta el momento: La aldea del silencio, su segunda novela.
Desde Doctor, no voy a rendirme o Histories de refugi a La aldea del silencio, tu segunda novela, hay un cambio de registro, ¿cómo ha sido?
Son tres ejemplos muy diferentes. En Doctor, no voy a rendirme, explicaba la historia real de una mujer a la que desde joven le diagnostican una enfermedad crónica que le provoca mucho dolor, artritis reumatoide. En Histories de refugi entrevisto a personas que han visto peligrar su vida en sus países de origen y que han conseguido la condición de asilo o refugio en España. Y en La aldea del silencio hago un salto en el tiempo para aterrizar en la posguerra española e inventarme una serie de sucesos ocurridos en un pueblo también inventado por mí. Son registros muy variados: biografía, entrevista y novela, y en cada libro he priorizado un punto de vista. En el primero, la visión de la protagonista, Patricia Pólvora. En el segundo, el periplo cronológico de cada uno de los entrevistados. En el tercero, trato a la aldea como un personaje más, jugando con los secretos y con los silencios para ir dosificándolos a medida que avanzaban las páginas.
¿Crees que para un periodista es más fácil escribir ficción o más complicado por las costumbres adquiridas en la profesión?
En mi opinión, cuando llevas años o décadas como periodista, lo más fácil es escribir no ficción porque no necesitas que parezca creíble, los hechos ya son verídicos. En cambio, en la novela, debes despojarte de hábitos adquiridos en tu forma de escribir. Es decir, en ficción no es necesario que empieces por lo más relevante. Si bien las primeras páginas tienen que enganchar, puedes jugar con dar diferentes giros y sorpresas y alcanzar el clímax más adelante. En general, la novela permite crear un universo más rico y más vivencial.
Háblanos de La aldea del silencio, ¿cómo surgió esta historia?
Surgió a raíz de un ejercicio en la Escuela de Escritura del Ateneu Barcelonès hace quince años. El ejercicio tenía que ver con tiempos verbales, y alternaba el presente con los recuerdos de un señor mayor sentado en un banco. De hecho, el primer párrafo del libro es prácticamente idéntico al que escribí entonces. Aquellas dos hojas, tiempo después, se convirtieron en la base de la vida de Ramón García Cabana en Castro do Lobo, una aldea recóndita entre montañas en la que reina una falsa calma y cuyos vecinos esconden secretos generación tras generación.
¿Cómo definirías el estilo de esta novela?
La aldea del silencio se divide en tres partes. La primera está formada a base de escenas cortas, cada escena tiene pocas páginas y narra un episodio crucial de la vida de Ramón y de Aurora durante los últimos diecisiete años. Son minicapítulos que aportan información relevante sobre los personajes principales y presentan tanto a la aldea como a sus vecinos. En la segunda y en la tercera parte, todo sucede más lentamente y aparece un personaje nuevo y entrañable que es el nexo de unión de todo lo que pasa, no solo en la familia, sino que también hace de enlace entre lo que no sabe el lector y lo que se va descubriendo. Dureza e inocencia alternan, al igual que asfixia y respiro. Era necesario explicar que cuando uno no toma partido ante una injusticia, castiga al más vulnerable, pero también había que dejar que el lector tuviera momentos de tranquilidad y provocarle una sonrisa, una pequeña satisfacción. En La aldea del silencio he pretendido hablar de personas sencillas y trabajadoras, con vidas rutinarias, con las que es fácil sentirse identificada y comprender sus sentimientos y sus emociones. Creo que este libro habla mucho de ternura, sin que se mencione exactamente esa palabra, porque está hecho desde el cariño. La mayoría de las relaciones humanas que hay en La aldea del silencio son de respeto y de amor, con todos sus significados. Por eso, cuando alguien o algo dinamita ese bienestar, provoca el conflicto y destroza todo lo bueno, uno puede alzarse o mirar hacia otro lado.
La soledad y los secretos son una parte importante de la historia que transcurre en la posguerra española, ¿crees que aún queda mucho que contar sobre esta época?
Totalmente. Quedan tantas historias por contar como personas que la vivieron de primera mano. La posguerra supuso para muchas familias la continuidad del sufrimiento, la injusticia de no poder hablar claro por temor a represalias o porque el propio miedo les paralizaba. La psicología explicaría esto mucho mejor que yo. Fueron muchas las familias que optaron por el silencio en casa, tanto en pueblos como en ciudades, que no hablaron a sus hijos e hijas de las rencillas personales heredadas de antes de la guerra, de las desapariciones, de los maquis, del mirar para otro lado… Quizás, según cada caso, se hablaba del hambre, de la emigración por temas laborales, pero he conocido a muchas personas que, ya de adultas, han sabido que su abuelo había estado en prisión, por ejemplo, o que alguien de la familia tuvo que huir, o que algún pariente murió en extrañas circunstancias. A día de hoy, se siguen exhumando fosas comunes e intentando identificar los restos de cadáveres. Tener memoria es imprescindible y rescatar algunas historias, aunque sean ficticias, dignifica a las víctimas.
¿Disfrutas más (o te cuesta menos) con el periodismo o escribiendo ficción?
Lo que más me cuesta es la ficción, por lo que comentaba antes. En una novela tienes que hacer que la historia sea creíble y coherente. La persona que la lee tiene que vivir lo que está leyendo, profundizar en una mirada, oler una cena caliente, sentir el frío, emocionarse con una frase o un diálogo, odiar al villano por llamarlo así, tener sentimientos encontrados porque los personajes no son ni tan buenos ni tan malos, entender por qué una persona reacciona de una manera u otra… Me gusta crear un mundo que tiene todos los ingredientes para vivirlo, quererlo y sufrirlo como si estuviera ocurriendo por primera vez a medida que avanzan las frases.
¿Seguirás alternando libros sobre periodismo y novelas?
Visualizo así mi futuro, entre el periodismo y los libros. Tengo libros de ficción y de no ficción. Me apasiona la novela. Me cuesta y me gusta, me hace sufrir y a la vez la disfruto, pienso continuamente en diálogos y en descripciones, cambio de título varias veces y, de hecho, puedo pensar durante meses en qué título es el más apropiado para un libro. La novela tiene un ritmo más reposado, más calmado, lejos de las prisas de la actualidad o de tener que sacar un artículo a diario. Necesito ese espacio en mi vida profesional y personal.
Y al hilo de la pregunta anterior, ¿estás trabajando en algún nuevo proyecto?
Tengo un proyecto de novela nuevo, pero de momento existe en mi cabeza porque no he podido encontrar ese tiempo de reposo tan necesario para desarrollar una pequeña sinopsis, una trama, una descripción de personajes… Puedo tardar años en escribir un libro, y me va bien volver a estas páginas originales para no perderme, aunque después se cambien capítulos, escenas y conversaciones. El nuevo proyecto tiene que ver con la muerte y el duelo, desde un punto realista, intentando huir del romanticismo máximo y del dolor extremo. Está relacionado con la despedida y con el hecho de que, cuando despedimos a alguien, un padre, por ejemplo, el padre es también esposo, hijo, hermano, primo, cuñado, amigo, compañero, tío, abuelo, etc. Mi idea es enfocarlo desde las múltiples caras que tiene una misma persona.