El gran danés (Editorial Almadía) es el primer libro de Corina Bistritsky (Buenos Aires, 1991), a quien tenemos la oportunidad de acercarnos para conocer un poco más sobre su obra y también sobre ella misma.
La protagonista de tu libro se encuentra en una situación de bloqueo mental y autoabandono. ¿Qué motivos te llevaron a trabajar con una primera persona así para desarrollar esta historia?
Empecé a escribir esta novela en 2017, en ese entonces yo tenía 26 años. Estaba emocionalmente cerca del estado de la narradora. Me sentía muy triste y perdida en cuanto a la vida adulta, no sabía para dónde llevar mis decisiones. Entonces empecé a trasladar toda esa incertidumbre y sensación de agobio a la protagonista de la novela. Tardé ocho años en escribirla y por supuesto que si bien el alimento original de la narradora fui yo misma, luego eso mutó y fue más ficción que realidad.
A ese gran danés que da título a la novela no se le otorga un nombre, pero tampoco se le coloca una correa.
Los únicos que no tienen nombre son la protagonista y el perro. La novela es para mí un movimiento, un abrir paso en la historia familiar trabada, para buscar la identidad. Ella en la ciudad de Buenos Aires se siente tan perdida y abandonada que necesita moverse, buscar, cuestionar la historia que conoce, para encontrarse. El gran compañero en esa búsqueda es el gran danés, que tampoco tiene nombre y es quien la guía para moverse. Ella está como un árbol seco, estancada sin poder crecer y el perro es el que la ayuda a despegar los pies del piso y caminar distinto.
Sin ánimo de desvelar más de la cuenta a quienes no hayan leído el libro, se aprecia que resultó muy atractivo para ti explorar cómo la mente humana encuentra maneras de seguir adelante. ¿No es así?
Me interesa muchísimo la mente humana, me resulta enroscada, poderosa, en algún punto indescifrable. La propia y la de los demás. Entonces quise escribir una protagonista que se sintiera agobiada a nivel mental, emocional y que para salir de eso se metiera en las profundidades de la tristeza. Excavar hasta llegar al núcleo de la angustia. Hoy en día creo que hay una invitación constante a evadirnos y yo quería una narradora que, en vez de evadir, se animara a mirar de frente, sirviéndose de cuanto comodín emocional hiciera falta para lograrlo. Ahí es que aparece el perro como gran andamio para poder atravesar la angustia y llegar a un lugar nuevo.
Otro tema de interés para explotar y explorar en la literatura es el del salto de una generación a otra del peso del dolor, incluso por hechos que sucedieron muchos años antes de haber nacido, como le ocurre a la protagonista narradora.
Sí, la narradora está tomada por la historia familiar y creo que mira más hacia atrás que hacia adelante. Justamente creo que su necesidad primordial es aprender a hacerse cargo de sí misma y tomar las riendas de su responsabilidad vital, ser persona, ser adulta, ser ella misma, corriéndose de roles o mandatos familiares que la agobian y trastornan un poco. Para algunas personas eso puede ser muy fácil y para otras, muy complejo. Creo que es el caso de la narradora y en algún punto también el mío. A veces pierdo mucha energía intentando resolver cuestiones familiares que ni siquiera me involucran y termino ocupando mi tiempo en mirar para atrás en vez de ocuparme de mí misma. Mirar la historia familiar está muy bien, pero también está bien y creo es necesario mirar para adelante y armar la propia.
¿Te sentiste cómoda con este tipo de escritura de capítulos cortos?
Sí. Yo digo que la novela tiene dos formas de escritura: por un lado, la trama que avanza, y por otro, estos apuntes que escribe la narradora sobre su historia familiar, que son mucho más poéticos, de reflexión y amorfos. La verdad es que al ser el primer material de largo aliento que escribí, creo que en el proceso sufrí mucho, no sentía ningún tipo de seguridad en cuanto a lo que estaba haciendo, dudaba mucho, avanzaba, retrocedía y así mucho tiempo. Lo fundamental fue encontrar colegas que me ayudaron a confiar en lo que estaba escribiendo, como Verónica Gerber, Olivia Gallo, Soledad Urquia y Cecilia Fanti. Finalmente llegó a Almadía y confiaron mucho en la novela. Es fundamental que tu editor confíe en vos. Suena loco decirlo o hasta obvio, pero en este proceso me encontré también con que hay algunos editores que no confían en los autores. Entendí que la red es muy importante, escribir no es un trabajo solitario.
Es curioso comprobar cómo sumergirse en la lectura de El gran danés puede transmitir casi al mismo tiempo ansiedad y tranquilidad, lo que podría parecer contradictorio. ¿Algún lector te lo ha transmitido así?
No, nunca me lo habían dicho así. Y me encanta, así que gracias. Siento que es un muy buen halago para el libro.
¿Qué puedes contar acerca de tu trabajo como artista visual y de qué modo crees que esta faceta va a convivir con tu producción literaria, o incluso retroalimentarla?
Creo que son procesos muy parecidos y que están cerca el uno del otro. Si no estoy escribiendo, estoy pintando, o al revés. Soy muy curiosa en cuanto a las disciplinas. Me gusta mucho hacer y jugar con los soportes y la materialidad. Como artista visual trabajo muchísimo con la investigación de la piel y el cuerpo, y la nueva novela que estoy escribiendo va un poco sobre eso también, entonces creo que estoy investigando un tema a través de distintas puertas y ventanas como la escritura, la pintura y la escultura.
Hace unos pocos años te mudaste de tu Argentina natal a México. ¿Qué diferencias encuentras entre ambos países en lo que se refiere a tus posibilidades de desarrollo artístico?
Me mudé a México porque me escribieron de Banda Municipal, la galería que me representa, para venir a exponer y me quedé. Acá en México me encontré con una red muy hermosa que me ayuda a potenciar mi trabajo. En Argentina aún no tuve ninguna exposición, me encantaría tener una. En España voy a exponer este año en Madrid. Es loco estar moviendo mi trabajo fuera de mi país y que en el mío no se me arme tanto, pero ya llegará.