Nos acompaña José Enrique Díaz Martín profesor de literatura y autor, entre otras obras, de la novela Homo.
¿La necesidad o el gusto por escribir te ha acompañado siempre?
Creo que empezó como fabulación. Mi hermano y yo inventábamos argumentos a los juegos. ¿Por qué jugar una simple batalla de palos si podía ser la conquista de una isla por parte de dos tribus neolíticas rivales? Yo era llamado Aventura Grande por los amiguetes del barrio; él, Aventura Pequeño, pero solamente por la diferencia de edad. Luego empezaron las lecturas y también apareció la frustración. La frustración adolescente es un poderoso motor de ficciones. Ficcionalizas porque la realidad se te queda corta, o no tiene significado, aparentemente, o no eres el macho alfa del grupo y te reinventas como héroe maldito para gustar a la chicas, o te das cuenta de que hay otros mundos más allá del barrio, de la «facu», del curro. Y desde ahí en adelante.
¿Cuantos libros tienes escritos?
Escritos, que no publicados, y además que merezcan una lectura creo que media docena, y algunos cuentos. No incluyo papeles de formación ni versos a novias reales o imaginarias.
¿Cual es tu experiencia con las editoriales?
Ninguna. Como suena. Mi tesis doctoral se publicó en el servicio de publicaciones de la Universidad de Málaga, pero simplemente porque le pareció bien a mi director de tesis. Me mandaron galeradas, las corregí, me hicieron sugerencias… Era emocionante, pero solo era un ensayo más o menos científico. El premio de El País Digital, que me dieron por un cuento, fue solo una entrevista telefónica, el aviso de una corrección ortográfica, un poco de pasta y un ordenador nuevo. La publicación de Homo, el río perdido en Amazon fue a través de mi primo, que tuvo alguna responsabilidad en Queimada Editores, pero no es editor profesional, simplemente le gustó la novela y pensaba que merecía hacerse pública. La verdad es esa. He mandado otras novelas mías inéditas a editoriales, concursos y agentes, y nadie ha contestado. Yo me hubiera conformado con una nota de rechazo, para saber que existo, pero ni eso. A mí lo que me interesaría es saber si soy una mierda de escritor o no (de veras), para dedicarme (si es que no) a viajar o follar o a deportes extremos o a la pesca con mosca a lo que sea, o seguir si tengo madera. Tengo cincuenta y dos años y se me está pasando el arroz, aunque ilustres escritores empezaran a publicar casi viejos. Pues no consuela mucho. Uno nunca es buen juez propio, y hasta que me desengañen sigo pensando que tengo talento.
¿Crees que las nuevas tecnologías ayudan al escritor novel o por el contrario generan tanto «ruido» que acaba entorpenciendo?
Lo único importante es leer, vivir y escribir. Las nuevas tecnologías no son buenas ni malas; depende de cómo las uses. Si la tecnología en cuestión te exige una atención que tienes que prestar a tu obra o tus lecturas o tu vida, y no te devuelve nada, solo la sensación de existir en redes, pues es una puta mierda. Si te pone en contacto con bichos de la misma raza que tú, y no digamos si, a fuerza de insistir, consigues editores o críticas o lectores, es fabuloso. Mi hija de catorce años, por ejemplo: ya no lee los libros que yo le traigo, que son decenas, nuevos y clásicos, sino que se ha enganchado a un relato por entregas de wattpad que, por lo que me cuenta, parece un folletín por su forma de aparecer periódicamente y por su tejido narrativo, y comparte rasgos con las novelas de Dumas o Dickens pero es totalmente contemporáneo. Y gratuito. Pues muy bien. Estoy feliz. Mi literatura no se adaptaría a ese formato, pero a ese escritor, quien sea, le ha sido útil. Yo no pienso esclavizarme jamás a las redes, pero es mi caso, a otros les irá bien. Y me alegro.
Tus personajes son muy peculiares, ¿en qué te basas para crearlos?
En mí. Ese es un debate agotado, creo. Todos los personajes son el autor y pertenecen a su biografía, a condición de que el concepto de biografía se dilate para dar lugar no solo a lo vivido, sino a lo soñado, leído, visto, imaginado, sufrido, sentido… Todo está en el escritor y en el mundo entorno. No necesitas más que ganas de escribir, de buscar preguntas o respuestas, de huir o entender, de vengarte o hacerte oír. Todo junto o por separado.
Háblanos de tu novela Homo.
Es el relato de dos vidas que de un modo misterioso confluyen y se complementan. Dos varones, un hombre y un primate con capacidad de pensar y hablar, buscan el sentido de su vida. En el caso del hombre es un escritor de libros de autoayuda divorciado que no cree en lo que hace y ha perdido hasta contacto con su padre. Una antigua amante ha encontrado algo que le puede llevar al secreto de su apellido, que puede ser ese río perdido del subtítulo, y le ha obsesionado toda la vida, y le da una pista para desentrañar ese misterio, que es también el de su identidad. El mono se ha saltado algunos pasos genómico-evolutivos por una mutación, y se encuentra buscando su lugar en la realidad y el mundo con su inteligencia y sus instintos a cuestas. Es más inteligente y culto que el hombre, al cual conoce de niño, pero tiene el mismo problema: la identidad, saber quién es y dónde encaja. En el fondo, el libro es una reflexión sobre la masculinidad.
Eres profesor de literatura, ¿cómo ves el panorama? ¿Realmente se lee y se conoce tan poco sobre literatura?
Sí. Y será peor. Mucho peor. Como no logremos que los jóvenes se interesen por la cultura y por los libros, como no les hagamos sentir que los libros tienen la clave para entender la realidad y ubicarse en ella, y para comprender la historia, el hombre, la ambición, el poder, el amor, la muerte… Estamos perdidos. Y sobre todo estará perdida la clase obrera, a la que ahora se empeñan en llamar clase media. La clase obrera tiene como únicos amigos a los muertos, los que escribieron libros. Los demás solo quieren utilizarla. Aquí he de citar el episodio de Coliflor, de Ordesa, de Manuel Vilas, también profesor durante años. Lean ese libro. Sigo: primero fuimos esclavos, luego siervos, luego proletarios, luego obreros, y ahora nos quieren hacer creer que somos clase media, pero nuestro objetivo universal es el mismo: currar, sudar, gastar poco, procrear esclavos dóciles a normas morales y éticas que sobre todo protegen la estructura de explotación y morir para que las élites políticas, empresariales, del arte y el espectáculo, rentistas, etc. vivan bien. No servimos para otra cosa. Desengañémonos ya, joder. Pero, como dijo Rafael Sánchez Fersosio en Homilía de ratón, otra lectura imprescindible, hay que ser fuertes, mirar a la cara a dios (y quizá escupirle, si es que somos de la cuerda de Henry Miller o Bukowski) y demostrarle que hay mucho ratón aquí, más ratón del que él puso; o sea, que hay más hombre en cada hombre de lo que puso dios (el destino, la naturaleza, el azar, la Historia…) en él. Y eso pasa por aprender, por leer y combatir con la palabra, mientras se pueda.
¿Qué proyectos tienes? ¿Seguirás escribiendo?
Siempre. Ahora mismo tengo en el horno un relato que me parece fascinante. Estoy a punto de acabar el primer borrador. Y me lo comeré con patatas. El año pasado me pasó con una novela en la que había puesto mucha ilusión, y que se ha ido haciendo sitio en el cajón a fuerza de rechazos, o mejor de silencios. Qué lástima. En fin, la vida “eh asín”. Gracias por darme esta oportunidad de llorar y gritar en vuestra compañía. Seguid con vuestra labor. Y recordad: hay que leer, aunque sea a mí.