Rosa María Calaf: «El gran peligro en este momento es la desinformación»

Colaboradores: Andrés Hernández  Jose Ramón Vera

Acabamos el mes tan bien como lo comenzamos con la segunda parte de la entrevista a la veterana periodista Rosa María Calaf. 

Has comentado en más de una ocasión las dificultades de ser mujer y periodista en tus comienzos.

Siempre cuento que cuando me hicieron las pruebas para entrar en Televisión Española… Eso de las pruebas era algo no pautado, pero a mí me las hicieron… Me preguntaron por qué quería trabajar en televisión. Yo contesté que si la importancia de los medios, y tal, pero luego dije que a mí lo que me interesaba era la presencia de la mujer transversalmente, y que no había programas de mujeres y programas de hombres, sino que había programas… Una cosa para la época que pensé: «no me van a coger». Pero me cogen y lo primero que me mandaron hacer después de todo mi speech feminista fue un desfile de modas (risas). Luego se reconvirtió y no fue la tónica… Yo tuve mucha suerte. No puedo decir que no, porque sería injusto.

Fuiste una de las fundadoras de TV3.

Pedí una excedencia en Televisión Española para montar TV3, y la gente allí preguntaba: «¿Y qué vais a hacer?» Como si fuéramos a programar clases de catalán, sardanas, fiestas populares… Y yo contestaba: «Sí, no sé…». Pero cuando vieron que llegaban a los mercados a comprar películas y series y les decían: «sí, pero para Catalunya no, que ya está vendido», no les hizo ninguna gracia. Entonces pensé, cuando me tocó reincorporarme: «verás tú que me van a mandar al teletexto». Pero otra vez tuve suerte con José Luis Balbín, a quien yo no conocía… Me propuso hacer el Telediario 3. Le dije que no, que yo no era de estar encerrada en despachos. Me dijo: «a ver dónde te metemos», y esa misma tarde me llamó y me propuso ir a Nueva York. Y a partir de ahí  fui enlazando todas las corresponsalías.

¿Qué piensas de la situación actual del periodismo?

La verdad es que a mí no me gusta esta especie de heroísmo que hay en el periodismo ahora, que parece que te estés jugando la vida constantemente. Es cierto que hay momentos difíciles, pero son gajes del oficio. Nadie te obliga a ir allí. Hay otras profesiones que tienen más riesgos, como los mineros… Los de aquí sin ninguna duda, y por supuesto los de China o África. Y ellos no tienen reconocimiento, ni elección. Y otra cosa que me parece muy injusta es el escaso reconocimiento a los periodistas locales, porque el periodismo local es el más difícil, sin ninguna duda. Además porque todo periodismo empieza siendo local, porque todo lo que sucede, ocurre en un determinado lugar y a determinadas personas y de ahí puede engrandecerse. Cuando tú trabajas fuera te apoyas mucho en ellos, en los periodistas locales. Muchas veces son los que contratamos para que nos acompañen porque hablan la lengua, porque conocen los lugares y a la gente y sin embargo ellos tienen un reconocimiento mínimo.

¿Y a la hora de abordar la información?

La forma de tratar algunas noticias, conectando constantemente con el lugar del suceso… No sólo que sea absurdo y que no aporte nada como ciudadano, lo que hace es distraerte de lo que deberías prestar atención. Está desviando la atención de otros tema. Es decir que ya la manera de censurar es decidir de qué hablamos y de qué no hablamos, de dónde se pone el foco. Y luego cuando se pone el foco, hay que intentar el equilibrio. Nada es blanco y negro, el mundo no es buenos y malos. Ese simplismo lo que hace es que la ciudadanía esté desorientada, pero al mismo tiempo convencida de que está muy informada. Cree que, si con un click lo tengo todo, sigo el twitter de «nosequién» y veo tal o cual tertulia, está muy informada. Eso no es información, es opinión. Ese es uno de los graves problemas, la mezcla de géneros. Antes por ejemplo tenías el Caso, que eran sucesos, o el Hola, que tenias información de casas reales… No ibas a buscar allí noticias de política internacional. Ahora miras el telediario y, ¿qué sale? Un montón de informaciones que no son de telediario, que lo que debe hacer es proporcionar aquello que el ciudadano debe saber. Esto siempre ha sido complicado, lo que pasa es que ahora se ha bajado tanto el listón… Todo esto no es que los periodistas jóvenes sean tontos o vagos. Es simplemente que no se les permite. No tienen ni tiempo para la formación, ni tiempo para la reflexión, ni el análisis. No tienen lo necesario para construir una información mínimamente rigurosa, plural e independiente. ¿Qué se hace? Esa infointoxicación permanente.

La situación no parece muy halagüeña.

Yo insisto mucho, no es que antes todo fuera mejor, y ahora todo es malo. Pues no, hay muchas cosas buenas y mucha gente intentando hacerlo bien. Lo que hay que hacer es enseñar a la ciudadanía. Yo hago muchas cosas con colegios porque creo que desde pequeños han de entender que ellos deben dominar la red y tener criterio para saber lo que es tóxico. El ejemplo que les pongo a los niños es que si no tuviéramos control de calidad de los alimentos, comeríamos cosas que nos parecen divertidas, pero que son tóxicas. Con la información pasa igual, pero cuando hablas de control de la información, se erizan los pelos porque creen que estás hablando de libertad; pero se trata de control de calidad: calidad del rigor, de la independencia, del pluralismo. No el otro control. Hay últimamente una voluntad de presentarlo todo muy negativo, como si todo estuviese muy mal. Las cosas están mal, sí, pero hay mucha gente que trabaja para que estén mejor. Y es gente que trabaja en condiciones muy complicadas, generalmente mujeres. En periodismo, lo comento siempre, nosotras aquí, en el mundo occidental, luchamos por nuestro espacio… Discutimos en un congreso y tal, pero luego te vas a cenar y te tomas una cerveza. Ojo, que esta no es la realidad de la mayoría de las mujeres del mundo. Hay que empezar a darse cuenta que cuando peleamos por la igualdad, no es para conseguir puestos en los consejos de administración, que también. Es importante conseguir puestos de poder, porque sin puestos de poder no se va a cambiar nada, pero hay que pensar que para la mayoría de las mujeres llegar a un consejo de administración de una empresa no es la prioridad. Esas mujeres trabajan en lugares muy complicados, como las compañeras periodistas en Méjico. Aquí yo digo lo que quiero, pero es que a ellas las matan.

¿Qué queda del periodismo clásico?

Queda porque afortunadamente hay mucha gente resistiendo. Está cada vez más diluido en esa «masa» de supuesta información. Las tecnologías amplifican el problema,. Es cierto, el gran peligro en este momento es la desinformación. La desinformación buscada, la fábrica de mentiras. Pero, ¿es que antes no había mentiras? La mentira ha existido siempre, lo que ocurre es que la dimensión que ha alcanzado ahora… Es obvio que el escenario y las herramientas han cambiado y el enorme peligro es que se ha supeditado el contenido a la herramienta; ya que como puedo hacerlo deprisa, inmediato, breve y que llegue a todas partes, cuento cualquier cosa. Cuando les explico a los estudiantes en las conferencias cómo trabajábamos hace unos años se quedan pasmados. Teléfonos móviles, por supuesto que no. ¿Fijos? En la mayoría de los sitios tampoco. ¿Como enviabas la película? Porque yo empecé con cine… Por avión. Tenías que buscar un piloto que quisiera traer la película… Y que iba a París, porque vuelos directos a España había poquísimos… Tardaba cinco días… Todo era un proceso distinto. ¿Es mejor ahora? Claro, desde el punto de vista de las facilidades técnicas, pero siempre que lo utilicemos para mejorar el contenido y no empeorarlo. Se prima lo que impacta sobre lo que importa. Lo que importa no se cuenta. Hay que hacerlo al revés: tengo estas herramientas, voy a mejorar el contenido. También influye la calidad democrática de los países, porque no es lo mismo países africanos o ciertos países europeos, comparados con otros como el Reino Unido. La calidad democrática cuenta, pero aún así la tendencia generalizada es la de tener a la ciudadanía entretenida con un fin económico, mercantilista… Lo que se busca es tener publicidad o más clicks, y no importa si te cargas el tejido social. O aún peor, si cabe, «lo que voy a hacer es manipular». Tener una ciudadanía que decida por emociones y no por opiniones. Lo que es importante es saberlo, por eso hay que estar muy activo… Esa frase horrible del franquismo «inasequible al desaliento» (risas), es muy aplicable ahora. No puedes tirar la toalla.

¿Se ofrecen estos contenidos al público porque es lo que demanda, o lo demanda porque es lo que se les da?

Eso es una polémica. Pero yo creo que al público se le ha educado para que quiera esto. Estoy convencida, otros opinan que no, pero yo realmente creo que ha habido un diseño muy eleborado para construir esta sociedad, que más que una sociedad de ciudadanos que piensen, quieren consumidores que compren. ¿Y que compran qué? Productos que no necesitan. Y con las mismas técnicas de márketing, venden ideas en lugar de productos. Y ahí volvemos a las nuevas tecnologías que están creando estas burbujas, que te venden ideas, igual que te inducen a irte a París, te inducen a pensar de determinada manera.

La educación ahí es muy importante.

En la construcción social el periodismo es una pata, pero obviamente la educación es la otra pata. Los maestros es que no pueden… Asistí a unas jornadas de educadores en Zaragoza y, ¿de qué se quejan? De que los currículums que hay para la enseñanza y los programas van tan marcados que no te puedes salir de ahí… Sigue siendo memorístico… Ha cambiado muy poquito. Y, ¿qué busca eso? Porque no busca para nada ciudadanos que piensen y ciudadanos que tengan criterio… Hasta mediados y finales de los ochenta parecía que no se perdería lo conseguido en los sesenta y setenta con todas las luchas por los derechos, y cómo se había avanzado en poner a la persona en el centro del interés y  conseguir que las personas vivan mejor. Pero cuando decimos que las personas vivan mejor, no nos referimos a que tengan un monopatín y un montón de relojes, si no que vivan mejor como personas, no sólo en lo material. Y todo esto que se avanzó mucho en los sesenta y setenta, a partir de los ochenta, cuando determinados grupos de poder se dieron cuenta, pensaron que se les estaba yendo de las manos. Se eliminó la Filosofía de los programas de estudios, y ahora la han vuelto a recuperar, porque todo eso ¿a qué lleva? A tener personas que son capacen de pensar. De momento es una lucha muy desigual porque son mucho más poderosos y cuando empiezas a hablar de todo esto te acusan de conspiranoico… Te tratan de desacreditar. Realmente es muy fácil, siempre se ha querido eliminar al que te molesta. ¿Qué se hacía normalmente? Matarlo. Se sigue haciendo en gran parte del mundo, no en nuestro entorno, aunque el año pasado ya mataron a tres periodistas en Europa. Entonces, ¿cual es el otro método que permiten las tecnologías muy bien? Desacreditar. Eliminas socialmente, no hace falta matar físicamente. Por eso yo creo que es muy importante que la gente lo sepa. Luego que cada cual decida. Por eso presentamos en Madrid una plataforma de cara a las elecciones europeas, para tratar de desmontar los bulos. Hay una unión de muchos medios europeos, y habrá unos grupos que trabajarán para detectar esos bulos.

¿Qué proyectos tienes ahora mismo?

Divulgar un poco esta idea, de cuidado que no estamos informando. Sigo viajando. Viajo unos tres meses al año, pero por mi cuenta. Hace tres años que no prologo nada, y me siguen pidiendo artículos… Y no lo hago porque me quita mucho tiempo y me interesa mucho más lo presencial. Aunque sea con poca gente. La divulgación es lo que me interesa más, con conferencias y colaboraciones con varias ONGs para presentación de  campañas… Estar en la primera línea del periodismo de servicio y del feminismo… En la divulgación de lo que es realmente el feminismo. Que se entienda que el feminismo es una cosa de derechos, no de privilegios. Es de que todos las personas tengan los mismo derechos. Los populismos, ¿qué utilizan más? Lo que va directamente a la emoción con un mensaje simple. Como los derechos de la mujer, los inmigrantes… Los que son más débiles y no se pueden defender.