Antonio Fornés: «Necesitamos adaptar la democracia a los nuevos tiempos»

Fotografía: Andrés Hernández Rabal

Contamos con la presencia de Antonio Fornés que viene a presentarnos el libro ¿Son demócratas las abejas? que ha escrito junto a Jesús A. Vila. En él se analizan, entre otros asuntos, cómo la lucha contra la pandemia nos ha situado ante una serie de debates políticos de gran profundidad.

¿Se podría decir que este libro es la contraposición de una visión más optimista de la realidad que estamos viviendo ahora mismo, frente a otra más pesimista, o sería simplificar demasiado?

No creo que se trate tanto de optimismo o pesimismo como de puntos de vista distintos sobre una misma realidad: el modelo político occidental. En el libro se contraponen dos modos de afrontar lo que podríamos denominar el “malestar” al respecto de lo político que vivimos estos días. Una forma de pensamiento que, simplificando, podríamos identificar con el discurso más o menos cercano a la izquierda, frente a un pensamiento más radical, alejado de los corsés de derecha e izquierda, que pretende discutir/renovar las bases teóricas en las que se ha asentado tradicionalmente la democracia liberal occidental. Creo que este diálogo honesto, agresivo pero al mismo tiempo constructivo es lo más interesante de este libro, pues a diferencia de la mayoría de ensayos de este tipo, que acaban convirtiéndose en un sermón propagandístico y proselitista, nosotros presentamos un texto abierto, en el que quien tiene la última la palabra no es el escritor, sino el lector, quien al final, y tras leer y meditar, puede adoptar sus propias conclusiones, porque éste es un libro que huye de la cerril ideología, y opta, en cambio, por el pensamiento político, que es algo muy distinto.

¿Crees que esta experiencia global traerá cambios estructurales a largo plazo?

9788418011085Imagino que con esta pregunta te refieres al coronavirus. Personalmente creo que no. Estoy convencido de que en unos meses tendremos una vacuna y que dentro de unos años recordaremos este terrible acontecimiento como una más de las crisis cíclicas del modelo capitalista. Otra cuestión distinta, pero a la vez muy importante, es que el horror del coronavirus ha puesto de manifiesto, quizá de forma más clara que en otras ocasiones, los problemas de fondo que arrastra la democracia occidental, unos problemas que, si no conseguimos resolverlos, harán que cada vez nuestra democracia sea menos democrática, y que las tensiones políticas y sociales se agudicen.

Apelar a la responsabilidad personal en circunstancias como éstas, ¿no es una utopía? Sólo hay que asomarse a las ventanas estos días…

Bueno, en realidad yo no estoy muy de acuerdo con el trasfondo de la pregunta. Probablemente sea cierto aquello de que “los pueblos tienen los gobiernos que se merecen,” al menos los que viven en democracia, pues los han votado… Pero si algo ha quedado demostrado de forma incontestable a lo largo de esta pandemia es que en la mayoría de los casos (en España de forma muy clara) el comportamiento de la gente corriente ha estado muy por encima del nivel (lamentable) de nuestros políticos. Creo que la mayoría se ha comportado con un civismo encomiable, aunque como es lógico, las noticias den relieve a aquellos que no se han comportado de esa manera. Otra cosa distinta es que ahora, que parece que por fin el coronavirus pierde fuerza, la gente exprese malestar, enojo, crispación…, a mí me parece lo más lógico del mundo. Han muerto decenas de miles de personas (nuestro gobierno no ha sido capaz ni de darnos datos fiables al respecto…), lo normal, es más, incluso yo diría, lo sano, es estar enfadado. Lo auténticamente preocupante sería lo contrario, que después de este desastre no mostrásemos ninguna reacción como sociedad.

Aunque parece que de momento es la única manera de controlar la epidemia, ¿no da un poco de miedo la facilidad con que se ha podido «encerrar» a gran parte de la población mundial sin el menor problema?

Como decía en la anterior pregunta, el comportamiento de la gente ha sido intachable. Ha sido fácil “encerrar” a la gente porque teníamos miedo, y ese es un motor que siempre nos dirige hacia la obediencia en busca de refugio. Al menos en un principio. Es una reacción normal. Humana. Para mí en cambio, sobre lo que habría que reflexionar es al respecto de cómo han reaccionado los gobiernos occidentales (el español en un puesto destacado además), ante una crisis gravísima como ésta. Su respuesta ha sido centralización, control, recorte de derechos civiles, es decir, frente a la crisis se ha optado no por más democracia sino por menos. El mensaje inevitable de fondo de esta actuación es que el sistema democrático es poco eficaz, y que cuando las cosas se ponen recias, hay que actuar de otro modo, y ese sí que es un mensaje preocupante y peligroso.

Algunas voces advierten de las tentaciones totalitarias y de control de la población mediante la tecnología en la que podrían caer algunos gobiernos (vosotros mismos le dedicáis un capítulo a la globalización y al autoritarismo), ¿cómo piensas evolucionará?

Es evidente que la tentación está ahí. De hecho una de las tesis que defiendo en el libro es que la democracia occidental, si no cambia, está condenada a convertirse en un estado policial, ¿por qué? Porque con el argumento falaz del relativismo, de la falta de verdad objetiva, se ha despojado a la democracia de su fundamentación ética. Cuando se niega la posibilidad de alcanzar una verdad trascendente y objetiva, lo único que queda es el utilitarismo y la eficacia. Nuestra democracia es profundamente utilitarista, es decir, egoísta, de forma que todos acabamos haciendo aquello que nos resulta más eficaz, mejor para nuestros propios intereses. En un contexto así la acción moral deja de tener sentido, y simplemente, por ejemplo, no robo, porque alguien vigila que no lo haga, no porque esté mal… A esto, por supuesto, hay que añadir el peligro de la tecnología. Una tecnología que todos los gobiernos van a utilizar para controlarnos con la excusa de que es “por nuestro bien…”

¿Habría una forma de utilizar la tecnología de manera positiva, sin deshumanizar la sociedad? (Un ejemplo, Uber ha despedido a 3.500 trabajadores a principios de mayo a través de una videollamada de tres minutos de duración). 

El problema de la tecnología es que tiene vida propia, que funciona según sus propias reglas. No hay moralidad en la tecnología, ése es su gran peligro, porque todo lo que pueda hacer la tecnología, lo hará tarde o temprano, por muy terrible que sea. Porque una vez se inventa la bomba atómica, inevitablemente se hará explotar contra alguien, como así sucedió. Pero al mismo tiempo la tecnología es un hecho, no va a parar, de forma que hemos de prepararnos para un mundo mucho más poderoso, pero al mismo tiempo más inhumano y a la vez, y frente a lo que pudiera parecer mucho más ignorante. La tecnología nos ha convertido en humanos a “nivel usuario”, es decir, utilizamos un montón de cosas, ordenadores, móviles, coches eléctricos…, sin tener en realidad ni la más remota idea de cómo funcionan. Simplemente apretamos un botón y las cosas ocurren. Eso nos da una falsa sensación de poder y conocimiento, pero en realidad nos hemos convertidos en unos perfectos ignorantes que hemos abandonado el único conocimiento que puede salvar al hombre, el humanista.

Estamos rodeados de datos, pero nunca hemos estado menos informados, ¿podemos protegernos de los bulos?

Yo haría la pregunta al revés. ¿Por qué hemos de protegernos de los bulos? Es más, ¿si alguien intenta protegernos de los bulos lo que está haciendo no es ejercer sobre nosotros la censura? Hay que tener mucho cuidado con estas cosas, porque como diría Pilatos, “¿Qué es la verdad?” Debemos negarnos a ser tratados como niños que hay que proteger a todas horas, tengo derecho a decidir qué creo y qué no, y no quiero que nadie lo haga por mí. Al final parece que con esta cuestión hayamos descubierto una vez más el mediterráneo. La mentira política es un arma tan vieja como el hombre. La famosa y cínica frase “calumnia, que algo queda” se remonta nada menos que a la Roma imperial… Sobre esta cuestión no hay medias tintas, o respetamos la libertad de expresión o no, o somos demócratas, o no. Contra la calumnia sí que hay que luchar, y para eso hay mecanismos legales perfectamente definidos.

¿Cómo podemos «salvar» la democracia? Bien, si es que es necesario «salvarla».

Sí que creo que hay que salvarla, porque desde el inicio de la Primera Guerra Mundial, y hay muchos textos al respecto, está en peligro. Pero para salvarla hay que empezar por no hacer nada, es decir, hay que empezar por ponerse a pensar, necesitamos repensar la democracia. Sin complejos, sin tabús. Hemos de dejar de tratar a la democracia como una palabra sacrosanta, intocable. No hay ningún modelo político eterno, porque los modelos políticos son humanos y el hombre es un ser histórico. Por eso necesitamos adaptar la democracia a los nuevos tiempos, porque sus valores de fondo son demasiado valiosos como para que se diluyan o pierdan.