Imanol Guillen: «El lector es el que coloca al final a todo el mundo en el lugar que le corresponde»

Nos visita hoy Imanol Guillen, periodista y escritor. Autor de novelas como El hombre que puso fin a las guerras y La maldad que sobrevive.

¿Se ha interesado por escribir ficción desde siempre o es más bien de vocación tardía?

No creo que exista la vocación tardía, la mayoría de la gente que escribe se da cuenta de que quiere escribir desde la niñez o la adolescencia. Pero lamentablemente, hay que dedicar la mayor parte del día y la noche de los años de juventud a la cansina labor de alimentarte y estructurar una vida. En mi caso, tras años en los que he tenido que alternar y compartir la escritura con la vida laboral y familiar, lo tardío ha sido el reconocimiento. Comencé a escribir con siete años cuentos de piratas, con la adolescencia ascendí hasta la poesía editando yo mismo un libro Odas de Infinidad, con 18 años escribía una columna literaria todos los domingos en el periódico DEIA, ‘Fantasías Vascas’, y desde entonces he escrito teatro, cuentos y novelas, además de miles de artículos y reportajes periodísticos para diferentes medios. Hace unos años, cuando bajé el pistón laboral y mis responsabilidades familiares se relajaron, me encontré con más tiempo para dedicarlo a promocionar mis escritos. Porque lo fácil es escribir, lo complicado es romper los muros de tu casa y que alguien confíe en ti. Yo tuve suerte de tropezarme con la Editorial Altera y especialmente con la Editorial Naveus, que desde el primer momento han apostado por mí y me han ‘enseñado’ la trastienda del mundo literario.

¿Cree que las nuevas tecnologías ayudan a los autores o suponen un hándicap al favorecer la competencia sin control?

PORTADA_La maldad que sobrevive_Imanol Guillén AllendeTodo lo que sea fomentar y ayudar a que la gente escriba y lea me parece positivo. Y si las nuevas tecnologías ayudan a que todo aquel que desea o necesita escribir pueda transmitir su creación, bienvenidas sean. ¿Quién ha dicho que la competencia es mala? Posiblemente así lo piense alguno que, desde su torre blindada, ve con recelo y desdén un cada vez más nutrido ramillete de escritores sin nombre que se asoman a los lectores por mil vericuetos tecnológicos y que ponen en peligro su aletargada hegemonía de equis lectores por libro. ¡Ojala pudiera publicar todo el mundo! el que lo hace bien y el que lo hace mal, porque éstos últimos serán rechazados muy pronto por los lectores, verdaderos sabios y jueces de lo que se escribe! Solo así perdurarán aquellos que lo merecen por su genialidad, no los que han sido sonreídos por sus excelentes contactos – los ‘librobasura’ firmados por personalidades famosas sin personalidad – o porque han tocado oro con una obra y se han echado a dormir entre laureles, y aquí que cada uno rellene el hueco con el nombre del escritor que le parezca. Es verdad que vivimos en la sociedad del protagonista; todos queremos ser protagonistas de algo, de un vídeo cutre en Youtube, de ser el más gracioso en el grupo de Whatsapp, el que más grita en las tertulias políticas y del corazón o el que cuelga las fotos más chulas en su página de Facebook; pero vuelvo a repetir que en el caso de la literatura solo la sabiduría de los lectores, su más exquisito espíritu crítico es el que identifica al que va de protagonista del que tiene algo que contar y lo hace bien. El lector es el que coloca al final a todo el mundo en el lugar que le corresponde.

En sus dos últimas novelas publicadas, La maldad que sobrevive y El hombre que puso fin a las guerras, la guerra ha sido uno de los elementos que influyen decisivamente en la vida de los protagonistas, ¿le interesa especialmente las consecuencias que un conflicto así produce en la sociedad?

No creo que exista nada más traumático para una sociedad que una guerra, un golpe de estado o una revolución. Son, sin duda alguna, las situaciones en las que más se alteran y estresan los componentes de bondad y maldad, la mayor fortaleza y las principales debilidades que conformar al ser humano. Por lo tanto los conflictos sociales siempre han sido un laboratorio importante para los escritores cuya pregunta fundamental cuando escriben es, ¿qué es el ser humano? Pero si una guerra además es seguida por el adjetivo de civil, las consecuencias para una sociedad y los individuos que la conforman son doblemente traumáticas. En la guerra civil se diluyeron y tergiversaron miles de identidades y me he interesado en La Maldad que Sobrevive más por este aspecto que por el político o militar que rodeó al deleznable golpe de estado de 1936. Me interesaba hablar de la gente que la sufrió y al mismo tiempo hablar no solo de esa guerra si no de todos aquellos episodios sórdidos y violentos que azotaron el siglo XX, de la maldad humana. El protagonista, Ramón Arranz, se embarca en un viaje entre mentiras y falsos supuestos hasta la guerra civil para descubrir las identidades reales de sus abuelos y padres, y por consiguiente la suya, y en ese periplo recala, a través de testigos directos, en otras guerras y conflictos que asolaron el siglo en el que se apagó la luz decimonónica, hasta descubrir que la maldad no está tan alejada de cada uno de nosotros.

En El hombre que puso fin a las guerras, la trama se sitúa en la Primera Guerra Mundial y en La maldad que sobrevive, durante la Guerra Civil Española. ¿Ha elegido estas guerras por algo en particular?

Con respecto a la Primera Guerra Mundial, había dos motivos que me motivaron para convertirla en el eje central de una trama de espionaje, dolorosamente humana y con una enorme densidad histórica. Primero porque el bisabuelo de mis hijos luchó en la contienda enrolado en la Fuerza Expedicionaria Canadiense. Siempre había sido una figura venerada en la familia de mi esposa pero del que no sabíamos nada de su tiempo en el frente francés. A su regreso, ya establecido en Inglaterra, jamás habló de su experiencia en las trincheras, excepto para repetir una y otra vez: “había sangre, barro y ratas.” Por otro lado me atraía la Gran Guerra por su enorme desconocimiento en la sociedad actual cuando se ha cumplido el primer centenario. Hablé con amigos de diversas nacionalidades y ninguno sabía qué fue lo que motivó el conflicto, base de la primera mitad de la novela. Un conflicto cuyas consecuencias afectarían al mundo durante todo el siglo.

Han pasado más de ochenta años y aún se siguen muchísimas publicando novelas y ensayos sobre la guerra civil, ¿por qué cree que continua un interés tan vivo?

El interés por la guerra civil española ya sea en la literatura como en el cine nace, a mi juicio, de su propia naturaleza, un enfrentamiento entre familias y vecinos, y por tratarse de un conflicto cuyas consecuencias tantas décadas después, no se han llegado a cicatrizar. Y no han curado las heridas porque no ha habido una reflexión social, un proceso de autocrítica y remordimiento, ni se ha culpado y penado a sus responsables ni tan siquiera se ha enterrado con dignidad a todas sus víctimas. Todo lo opuesto de lo que pasó en Alemania tras la Segunda Guerra Mundial. Mientras persista una gran parte de la sociedad sin aceptar que lo ocurrido fue un acto criminal contra un gobierno democráticamente reconocido y legítimo, mientras se siga falseando la realidad de lo que ocurrió, mientras sus autores no sean públicamente reprobados por sus actos, la guerra civil continuará portando una mantilla negra, siniestra y lúgubre. Esta circunstancia, por su componente de enfrentamiento humano, es una excelente fuente de inspiración para cualquier escritor, sin olvidar que en una guerra nadie vence, pero solo se acepta la narración del vencedor. Por eso en La Maldad que sobrevive, del mismo modo que hablo de los sucesos de Paracuellos, también lo hago del crimen de guerra cometido contra la población civil cuando ésta huyó de Málaga por la carretera a Almería, por ejemplo. Para mí la guerra solo era una excusa para hablar de las identidades humanas, como he dicho antes, de lo mejor y de lo peor que componen a hombres y mujeres.

¿Cuáles son sus referentes literarios?

Es difícil identificar las fuentes de las que te has alimentado durante años para escribir hasta que logras encontrar tu propia voz narrativa, distinta a otras e identificable por parte de los lectores. Pero si tuviera que elegir a los escritores que más admiro éstos serían Pío Baroja, Honoré de Balzac, Émile Zola, Luis Landero, Thomas Mann y Upton Sinclair. No sabría decir qué es lo que me he llevado de cada uno a la cocina de mi escritura para componer los guisados que ofrezco. Pero además de estos genios, soy de la opinión que de cualquier lectura, por buena o mala que sea, hay algo para aprender, para sumar. En la biblioteca de mi padre me encontré con libros de Hans Habe y de Sinclair Lewis, y descubrí una belleza y actualidad en sus obras que convierten a algunos de los escritores más destacados del panorama literario del momento en autores insignificantes. Por este motivo me propuse hace ya unos veinte años, rebuscar en el pasado y leer lo que los grandes escritores que me han precedido, desconocidos para la mayoría, ofrecieron al mundo.

¿Cómo ve el panorama literario en España?

Pues no tengo la menor idea porque como he dicho, en los últimos años no he leído un gran volumen de obras de autores actuales. Pero hay tres cosas positivas; uno, se escribe mucho, cada vez más gente se atreve a rejuntar palabras para contarnos algo; dos, la mujer escritora lleva años aportando lo más destacado en la literatura, no solo de este país sino en la literatura internacional, y tres, que aumentan los medios a través de los cuales la juventud poco a poco, está regresando a la literatura. Por ejemplo a través de la lectura en los móviles o de los audiolibros. Respecto al segundo punto durante un par de años dirigí un taller de escritura al que solo se apuntaron mujeres, jóvenes de 17 y 20 años. Había alguna con un poso de escritora veterana que augura un enorme potencial. Estas experiencias te hacen sentirte positivo ante el futuro de la literatura.

¿Qué proyectos tiene?

Muchos, ya veremos si se cumplen todos. Próximamente lanzaré con Editorial Naveus una novela por la que siento un cariño muy especial, El escondite inglés. Es una novela basada en mis experiencias en la comunidad española en Londres durante los años que trabajé como corresponsal, y en la que intercalo otra historia paralela que tiene como escenario la España golfa de los años cuarenta, cincuenta y sesenta. La trama gira alrededor de un personaje único e inolvidable, uno de los últimos pícaros españoles de tupé y clavel en la solapa, un timador arropado por un enorme equipaje de intelectualidad, un artista, filósofo, poeta, embaucador… y algo más, que hará reír y llorar a los lectores. Yo fui testigo directo de sus hazañas por el Londres de los años noventa cuando llegué a ser director de su revista dirigida a la comunidad española. Es una novela cargada de intriga y suspense, amor, personajes excéntricos, humanidad, pero sobre todo humor, un humor vivo y mordaz. La siguiente obra que aparecerá, también con Naveus, es Desde el suelo del infierno, segunda entrega de la saga del agente de la inteligencia del Imperio alemán y la Alemania nazi, Markus Breslaver (la primera fue El Hombre que puso fin a las guerras). En este momento estoy escribiendo la tercera parte de la trilogía Breslaver y en la que llevaré a los lectores a la Rusia de Stalin y en la que indago en eso que llamamos amistad.