Kike Calvo: «Un escritor de ficción construye el mundo a su antojo»

Barcelona . Entrevista a Kike Calvo, ha publicat "El Príncipe de la calle"

Nos acompaña en esta ocasión Kike Calvo, periodista y escritor. Fue fundador del periódico 20 minutos y ha trabajado en también en Cinco Días, El Periódico y El País. Su primera novela se llama El Príncipe de la calle

¿Te has sentido escritor desde siempre?

Escribidor, sí. Siempre me ha gustado escribir. Mi vocación, desde la EGB, cuando hacíamos un periódico con una imprenta casera, era ser periodista. Tendría unos 12 años. De prensa escrita, por supuesto. Me encanta contar historias. Esa es la esencia de un periodista, vivir y contar. Lo de escribir novelas llegó bastante más tarde. Hace relativamente poco, cuando ya llegaba a los 50. Ahora trabajo en un gabinete de comunicación y sentía la necesidad de escribir. Tenía una vieja idea y me arranqué.

¿Escritor o periodista?

Me siento básicamente periodista. Es una manera de ser, una forma de vivir. Tener curiosidad, preguntar, documentarse, replantearse lo que te dicen, buscar la verdad…Ciertamente, aunque escriba y haya publicado, me suena muy raro que alguien me llame escritor. Ambos, un escritor de periódicos o de revistas impresas y un periodista, juntan letras, pero de un modo bien distinto. El periodista tiene el límite de la realidad. No puede inventar. Mejor dicho, no debe hacerlo. Se ciñe a unos personajes de carne y hueso y a unos hechos. Un escritor de ficción construye el mundo a su antojo, decide lo que acontece y cómo. Crea y recrea. La realidad es absolutamente maleable en sus manos. Ahora, si me dan a elegir, como cantaban Los Chicos y versiona Rosalía, me gustaría ser escritor, si pudiera vivir de ello.

¿Cómo combinas tus facetas de periodista y escritor de ficción?

¡Cómo puedo! El trabajo ahora es lo primero. Hay que vivir y pagar facturas. Escribir es una pasión. Robo tiempo al tiempo para darle a la tecla, noches, fines de semana, días libres o de fiesta. Me hace feliz. Pongo la música a tope y ale, a escribir. Me lo paso muy bien. Nunca he tenido miedo al folio en blanco. Evidentemente escribo para compartir, para que alguien lo lea. Ojalá a los lectores les guste lo que les propongo y, sobretodo, que se lo pasen bien.

¿Piensas que el periodismo clásico sobrevivirá a esta época o está en peligro de extinción?

El Príncipe portada papel +.jpgEl periodismo es un oficio maravilloso. Para mí, el mejor. Estoy enamorado de esta profesión. Si por clásico entendemos, esas redacciones llenas de humo, con botellas de alcohol sobre la mesa, con barullos e intensos debates, con hombres y mujeres llenos de integridad, con la búsqueda de la verdad grabada en el alma, con imprentas con el linotipista en mangas de camisa y que alguien grita que paren las máquinas porque llega con una exclusiva… Todo eso ya ha desaparecido por completo. Y no me refiero sólo al tabaco o al whisky. Spotlight, Todos los hombres del presidente, La sombra del poder, Primera plana… Son películas que nos trasladan a esa esencia.  Si por periodismo clásico entendemos rigor, contrastar la noticia, trabajar a fondo una información, investigar un tema, pluralidad de testimonios para ofrecer los distintos matices, opinión reflexionada… Me temo que esos ejercicios periodísticos son cada vez más una excepción que la regla. Hay una crisis en el periodismo, pero no sólo económica, que ha vaciado las redacciones, esencialmente de séniors con mucho talento. Hay que reinventarse, apostar por otros contenidos. En mi opinión faltan historias bien contadas y bien escritas, historias humanas, de mujeres y hombres cercanas o desconocidos, de mil y una cosas que pasan a diario en tu ciudad o en tu pueblo, en la economía, en la ciencia o en el deporte. También encuentro a faltar buenas y largas entrevistas. Y reportajes en profundidad. Quizás llevados por la inercia de la sociedad, los medios se acercan mucho más a un consumo inmediato, de ya, ahora, aquí te pillo… Fast news, además de las terribles fake news. Los acontecimientos, especialmente en la televisión, se viven como un espectáculo. La mayoría de tertulias son un sucedáneo barato del debate, con periodistas de trinchera ideológica o que llevan puesta la camiseta de su equipo de fútbol y opinan con devoción y poco juicio. Hacen mucho daño al periodismo. Siempre habrá buenos y buenas periodistas, eso seguro.

¿Qué piensas de la autopublicación?

Me parece una bendición para quienes quieren publicar y no han encontrado editorial. Democratiza la escritura. Ahora, existen variadas opciones. Yo opté por una plataforma como Amazon, que no te cuesta un euro. Aunque cada uno puede invertir su dinero como mejor lo considere en esa aventura. En mi caso, la novela El Príncipe de la calle estuvo un par de años viajando por el mundo editorial. Tuvo varios noes y dos casi casi, de dos sellos muy potentes. Pero finalmente no apostaron por esta historia. Así que un día me dije, inténtalo tú. Fue en un momento personal muy concreto. Mi hermano Jorge acababa de morir y eso me decidió. Era en parte mi homenaje. Él siempre me ayudó a cumplir mis sueños.

¿Crees que las nuevas tecnologías benefician al autor novel?

Totalmente. Cualquiera que quiera publicar puede hacerlo. Otra cosa muy distinta es de qué manera. Hay empresas que te ayudan en todo el proceso, desde diseñar la portada, hasta maquetar la obra y ayudarte con la promoción. En mi caso, preferí el reto de hacerlo todo por mí mismo, como un artesano. Era un gran desafío porque soy un manazas. Aprendí a maquetar ¡en Word!, subirlo a la web, hacer la contra, buscar la foto de la portada…aunque la hizo un amigo, Alfredo, al que estoy muy agradecido. Lo más difícil no es escribir, es hacer que la novela llegue al público. En eso ando ahora. La acabo de presentar en mi ciudad, en Cornellá. ¡Hay que hacer llegar a la gente para que te lean!

Preséntanos a El príncipe de la calle.

Es la historia de Miguel Sarmiento, un chico de barrio, de la Ciudad Satélite, que sueña con una segunda oportunidad y empeña su vida por conseguirla. Es un luchador con ideales, un vivo ejemplo de la capacidad humana de reinventarse y de sobrevivir. Nacido en Cornellà de Llobregat, de hecho podría ser cualquier ciudad española de esa época, Sarmiento vive la mayor parte del tiempo en la calle. Sus colegas de la banda, primero Los Seis de la Avenida del Parque y luego Los Minilobitos, tienen grabada en sangre su máxima: la lealtad por encima de todo. En su camino, Miguel deberá desaparecer, enfrentarse a sí mismo y regresar, ya reformado, al lugar de la infancia donde creció para un último desafío a vida o muerte en el que se juega su propia identidad. Un retrato de la España de los 70 y de los 80, una radiografía de unos años rotos por la heroína y por armas afiladas. Y llenos de corazones gigantes.

¿Cómo nació la idea de la novela?

Tenía muchas ganas de escribir. Y tenía una vieja idea que me empujaba. Más que eso, una frase que le había escuchado a Manuel Campo Vidal: “Cornellá es una factoría de hombres y mujeres”. Tenía que darle forma. Un día me puse manos a la obra. Cornellá de Llobregat fue, en efecto, una factoría de hombres y de mujeres, un lugar por construir, una jungla de cemento con bloques gigantescos, ciudad-dormitorio, llena de lodos, de barracas y de vías sin asfaltar. La inmigración interior había llegado a borbotones. Familias y familias, con hatillo al hombro y maletas rotas repletas de sueños enteros, en tecnicolor y cinemascope. La luz de un futuro mejor asomaba al final del túnel y había que agarrarse a ella con todas las fuerzas doblando el espinazo de sol a sol. Había que partirse el pecho por un futuro mejor para los hijos.

Un retrato de aquellos tiempos ¿Cómo eran?

El Príncipe de la calle rescata un trozo de nuestra historia, a menudo injustamente olvidada, la de una España en transformación. Mucho se ha escrito de la parte política, de los días y del espíritu de la Transición, pero no tanto del ámbito social. He querido mirar por el retrovisor y volver a mi infancia y a mi primera juventud, a la calle y a sus gentes. Hacer un homenaje a mi ciudad, que sería igual o muy parecida a cualquier otra de Cataluña, Euskadi, Andalucía, Galicia o Valencia de esa época. No valorar, describir en busca de algunos por qué. Aquella España era mucho más rica de lo que nos han dejado memorables películas de entonces. Una generación maldita, un desfile de personajes con alma. Sí, evidentemente había jóvenes que robaban. Había bandas y quinquis que atemorizaban y te lo hacían pasar muy mal. Pero había muchos más chicos y chicas que sembraban la semilla de un mundo mejor hincando los codos porque en casa te decían que era la única manera de prosperar, de salir adelante. Y también había un arma universal que lo puede todo, el amor. Fue un tiempo apasionante, una bisagra entre lo que fuimos y lo que íbamos a ser.

Es una historia de superación y de amistad.

Sí, esencialmente sí. También hay mucho amor, un romance casi imposible entre un pandillero y una chica de alta cuna. El abuelo del protagonista lo resume así: “Muchos se quedaron por el camino, pero muchos más sois los que habéis salido a flote. A pesar de las dificultades, de todo lo que hemos tenido que pasar, el trabajo ha tenido su recompensa. Vosotros seréis mejor que los que nos vamos”.

¿Qué valores se esconden en esas calles?

El Príncipe de la calle reivindica un trozo de nosotros, de los que nos precedieron, de las enseñanzas y ejemplos de nuestros padres y hermanos mayores y de nuestros maestros. Un tiempo de sueños, de ganas de ser feliz, de amistad, de superación y de amor. De afectos infinitos, de esfuerzo y de trabajo, lealtad, solidaridad y de valores, aprendidos en la escuela, en familia, en el vecindario.

¿Tiene algo de autobiográfica?

Es ficción cien por cien. Cualquier parecido con la realidad es…casi la realidad misma. No es una novela autobiográfica, pero mucho de lo que explico lo he vivido en primera persona. Son escenas muy cercanas, que he visto u oído. Yo tuve amigos de mi propia calle que iban embalados hacia un quite del destino, a un cara o cruz. Si les salía bien, compraban el billete hacia otra vida. Bueno, más bien, lo robaban. Pero, si salía mal, el trullo. Eso, si no les esperaba algo peor. Y, desgraciadamente, así fue. Los destrozó la droga. Yo tuve colegas que acabaron muertos por el Sida y pisaron la cárcel Modelo y otros centros penitenciarios. Mi vecino era El Paco, por eso le puse ese nombre a un personaje central de la primera parte de la novela, aunque el de la ficción y el de la realidad no tienen mucho que ver. También conocí al Salvi y al Chino. Y a muchos otros. Los navajeros se apoderaron de la calle. Reinaban las derrapadas de los coches a toda velocidad, la peregrinación de yonquis en busca de sus dosis, los robos y los atracos. La calle los endureció por fuera y los quebró por dentro. La droga formaba parte de su dieta diaria, de un sistema de captación que se repetía sin parar.

¿Qué proyectos tienes?

Me encantaría seguir escribiendo. En mi cabeza hay varias historias deseando ser escritas. Voy a ver por cual me decido. Una novela juvenil, un thriller y la historia de un héroe catalán que luchó contra los nazis.