Nos acompañan a Mercedes Pérez-Fernández y a Juan Gérvas médicos y divulgadores. Son autores de obras como Sano y Salvo o El encarnizamiento médico con la mujeres.
¿Desde cuando esa pasión por la escritura, por divulgar?
De siempre, desde estudiantes de medicina. Solíamos estudiar cada asignatura, en la Facultad de Medicina, por tres libros (además de los apuntes de clase), y cada libro era un mundo con diferencias a veces sutiles, a veces evidentes, y eso nos daba una visión muy amplia, con capacidad para valorar las controversias, de forma que podíamos debatir con fundamento, pero además con convicción, siempre deseando aprender. Del aprender sale el enseñar. Siempre hemos sostenido que para comprobar que realmente entiendes una cosa no hay nada como tenerlo que explicar a quien no sabe nada. Enseñar es lo que exige aprender. Es un poco el método socrático de creer que sólo es cuestión de ayudar «a parir» las ideas que todos tenemos dentro de nosotros mismos. Para ello hay que saber mucho y tenerlo muy «masticado». Hay que haber aprendido de muy distintas fuentes, y haber valorado mucho puntos de vista distintos y muchos resultados de estudios que se contradicen. ¿Cómo no apasionarse por tal aventura, por enseñar, bien directamente, en clase, o bien indirectamente, a través de escritos y de vídeos. Lo de escribir y divulgar ya es el colmo, pues exige una comprensión casi perfecta; no hay forma de escribir y difundir si no se conoce y entiende algo a fondo. Al divulgar con escritos se renuncia a todo lenguaje no verbal, y hay que utilizar formas precisas que faciliten la comprensión de quien nos lee estando en su propio mundo, lejos, ensimismado si se logra «conquistarlo».
¿Cómo ven la divulgación en España (o de manera más general, en español)?
Comparado con nuestros años de estudiantes, hace cincuenta años, mil veces mejor. Comparado con lo que podría ser, mil veces peor. Es decir, en el campo de la divulgación hay mucho engaño y abuso de quienes quieren vivir, y viven, de ello a base de casi embaucar. No es que se facilite la divulgación con pedagogia sino que se pervierte la divulgación con falsa pedagogía, con adornos y trucos que deslumbran pero no llegan a nada, ni explican dando respuestas que «salgan» de quienes aprenden. La divulgación se convierte en un espectáculo, como si los espectadores fueran imbéciles que no puedieran entender las dificultades de una cuestión o campo concreto y hubiera que engañarles a base de exhibiciones de prestidigitador. El colmo en la degeneración es asociar divulgación científica y médica con consumo de alcohol, como hacen en Pint of science y en Escépticos en el pub. Es una pena pues hay medios y conocimientos suficientes para acompañar hasta profundidades increíbles a quien tenga interés.
¿Creen que las redes sociales son un buen medio para intentar hacer divulgación?
En general no, pero siempre hay excepciones; por ejemplo, algunos «hilos» en Twitter del Vinay Prassad, oncólogo que a veces difunde excelentes tutoriales. Pero en las redes sociales todo se simplifica y se pretende comunicar como se comunica en un telediario, por ejemplo, lo que es pura manipulación para llamar la atención, raramente para ayudar a entender-pensar. Las redes sociales pueden servir como gancho, como anzuelo para llamar la atención sobre una cuestión, pero luego hay que pasar a profundizar en textos y presentaciones. Todo ello si entendemos por redes sociales aquellas que utilizamos para comunicarnos, tipo Twitter, Telegram, Instagram, Facebook y demás. Es posible difundir conocimiento en esas redes si nos centramos un poco en dar noticia, en estar al día, en saber qué hay de nuevo, y si estamos dispuestos a profundizar en los enlaces y notas. El problema es que sabemos que casi el 90% de las personas que entran en las redes sociales, e incluso comparten su contenido, no han leído los enlaces que llevan a explicaciones y a la divulgación propiamente dicha. Somos partidarios de utilizar las redes sociales, pero más que nada como método de ayuda en la actualización, en el estar al día.
¿Tan medicalizada está nuestra vida moderna?
Sí, extraordinariamente, e irá a más. Tenemos medicalizado desde la concepción (toda la actividad sexual, más el entorno de la fertilidad) a la muerte (tantas veces inhumana, en cuidados intensivos, haciendo «todo-todo» para retrasar la muerte). Símbolo de dicha medicalización es la reanimación cardiopulmonar, que se ha vuelto omnipresente y se realiza a cadáveres, sin más, como si se pudieran «resucitar». La cuestión es grave, pues incluso lo exige la familia y los profesionales muchas veces hacen el paripé, para cumplir con «todo» y evitar reclamaciones, de forma que se falta al respeto que siempre le hemos tenido al cadáver. En más «diario» sirve de símbolo de la medicalización el promover el concepto de que «la menstruación está obsoleta», con la idea de que la mujer del siglo XXI tiene que estar libre de ataduras de ese estilo (y sometida a la industria que lo logra con sus medicamentos. La medicalización tiene que ver con la arrogancia de la medicina que se mezcla con las expectativas sociales, de forma que parece factible el cumplimiento del mito de la juventud eterna. Todo hay más rápido desde que a mediados del siglo XX se empezó a difundir el concepto de «factor de riesgo», que siendo una asociación se transformó en una causa, en gran parte por la industria farmacéutica que vio el gran negocio de la salud. A dicho negocio se ha sumado la industria alimentaria (ya no se come por el placer sino por «estar sano») y también otras industrias como las tecnológicas. Por ejemplo, la holandesa Phillips concentró todo su negocio en el sector salud. El resultado final es la medicalización y el poder médico que define, con cierta pátina de moralismo lo que está bien y lo que está mal en todos los ámbitos de la vida. La salud se convierte en una religión, los médicos en sus sacerdotes y los medicamentos y «buenas costumbres» (estilos de vida, los llaman) en los medios para alcanzar el paraíso en la Tierra.
Una periodista muy conocida me comentaba que actualmente al adversario no es necesario matarlo físicamente, basta con hacerlo socialmente, o sea desprestigiarlo. Algunos medios presentan a Juan Gérvas como «el médico antivacunas», cuando cualquiera que haya leído sus libros sabe que lo único que piden es el uso racional de las mismas, ¿se sienten mal tratados?
No nos hemos cuidado nunca ni del prestigio ni de la reputación pues hemos sido libres toda la vida, y la libertad tiene un precio. El precio es el ninguneo, la pérdida de los apoyos institucionales y oficiales, el descrédito constante, la ausencia de presencia en lo público subvencionado, el desprestigio en todos los ámbitos, etc. Vemos todo ello como indicador de que estamos en el buen camino, y será terrible el día que esas instituciones, organizaciones y grupos nos alaben o aprueben pues entenderemos que no estamos en el camino correcto, o que no nos hemos explicado bien. Nos reconocemos como perdedores de largo recorrido; es decir, sabemos que no ganaremos frente a la brutalidad pero sabemos que resistiremos y paseremos la antorcha a muchos otros, que nos superan en calidad. No nos sentimos maltratados, vamos muy por delante de los tiempos y muchas veces resulta asombrosa nuestra actitud. Por ejemplo, cuando nos opusimos a consider la menopausia una enfermedad (luego se demostró que los parches para la menopausia produjeron una epidemia mundial de cáncer de mama), por ejemplo cuando nos opusimos al cribado de cáncer de próstata con el PSA y el tacto rectal (luego se ha demostrado que se daña sin beneficios al 60% de los varones tratados por cánceres encontrados en el cribado), etc. La gente no puede creerte cuando explicas que los médicos prefieren el culo de los ricos a la boca de los pobres (el retraso diagnóstico es el mismo en el cáncer de colon que en el cáncer de boca), tampoco cuando explicas que el aborto voluntario en las primeras semanas debería ser en casa, de mano del médico general (como en Australia y en Francia, etc). ¿Cómo van a creernos que todos tenemos cánceres varios y que no tiene importancia, que es normal especialmente en órganos como el tiroides? Tampoco cuando dices que si hablamos científcamente «las vacunas no salvan vidas» sino que evitan muertes, y mejoran la calidad de la vida, lo que no es lo mismo pues es importante ser humildes y bajarse de las torres de arrogancia (sobre cimientos de ignorancia). Además, nuestros propios compañeros nos tienen en alta estima, de forma que el desprestigio y descrédito se producen en ambientes que nos parecen irrelevantes para la mejora y el disfrute de la vida. Hemos estado en lo alto de lo que hemos querido, como médicos clínicos y como docentes, dando clase, por ejemplo, en la Escuela de Salud Pública de la Universidad Johns Hopkins, en Estados Unidos, y somos revisores de revistas de prestigio mundial, como el British Medical Journal. En lo personal, por decirlo todo, somos felices. ¿Qué más podemos pedir?
En Sano y salvo analizan los beneficios y los perjuicios de los tratamientos preventivos, ¿estamos realmente informados?
No, no tenemos la información suficiente para decidir. Hay un salutismo coercitivo, un paternalismo preventivo que todo lo tolera, hasta la falta de ciencia y de ética. Falta constantemente información, como si las personas fueran incapaces de entender las limitaciones de la medicina, especialmente de la prevención. El aura preventiva justifica barbaridades constantes, que se aceptan «por la salud». Piense en las vacunas básicas y esenciales, como la del sarampión y la polio, que siendo necesarias se ponen sin practicamente dar información alguna acerca de efectos adversos a corto y largo plazo, leves y graves, duración de la inmunidad, etc. Piense en las mamografias, que parece que por sí mismas «salvan vidas», cuando sabemos que el balance es negativo, y que se producen miles de casos de mujeres diagnosticadas, intervenidas y seguidas de por vida sin necesidad, por sobrediagnóstico (diagnóstico de cánceres que no tienen importancia). Se ha calculado que en Australia 1 de cada 4 cánceres diagnosticados en varones son de sobrediagnóstico, y en las mujeres 1 de cada 5.
El título del libro El encarnizamiento médico con la mujeres lo dice todo, ¿Por qué creen que esto es así? ¿Por qué con las mujeres especialmente?
Las mujeres son carne de cañón de los médicos, en parte por su biología en relación con la fertilidad, el embarazo y la lactancia y en parte por la evolución cultural y social que hace que la mujer sea la agente de salud por antonomasia, la que se cuida y cuida y logra que salga adelante la prole y la tribu. Lamentablemente las mujeres han pasado de tener justo ese rol social preeminente, de soberanía en salud, de poder en la comunidad, a la violencia simbólica (cuando los corderos piden ir al matadero) que se demuestra bien con su «apego» a la revisión ginecológica anual, que carece de fundamento científico. Alrededor de la mujer vive gran parte de la medicina, desde la menarquia a la menopausia y más allá y la mujer lo acepta encantada, habla de «mi ginecólogo», y cree que más es mejor siguiendo los dictados de una ideología de «la salud de la mujer» que va del lazo rosa, el octubre rosa y sus maratones (actividad infantilizante donde la haya) a la densitometría en el climaterio y al tratamiento de la osteoporosis, como si fuera una enfermedad.
¿Hay algún proyecto de nuevo libro en camino?
Los tres libros con El lince son inencontrables pues la editorial fue absobida por Malpaso, que fracasó. Ahora acabamos de renovar y actualizar el texto de Sano y salvo, con la idea de sacarlo en formato electrónico (y en papel bajo pedido). Y estamos preparando Ser mujer no es una enfermedad. Estar embarazada tampoco.
¿Qué consejo darían para mantenerse sano?
No hay fórmula alguna, pero en general para estar sano lo mejor es no pensarlo, sólo disfrutarlo. Quien se preocupa por la salud suele ser ya un enfermo. Disfrute de lo que le ofrezca la vida e intente ser feliz, y al tiempo solidario con los que le rodean y con la sociedad. Quizá no llegue a estar muy sano pero al menos disfrutará de la vida.