Nos visita de nuevo Elia Barceló para presentar su nuevo trabajo, una novela negra, La noche de plata, publicada por Roca Editorial. En ella trata el inquietante asunto de las desapariciones de niños.
La noche de plata es tu primera incursión en la novela negra, ¿por qué adentrarse en este género?
De hecho, no es la primera vez. Tengo dos juveniles de este género y en muchas de mis novelas para adultos hay al menos un cadáver y una investigación criminal, a la vez que otras tramas relacionadas. Lo que pasa es que esta vez he puesto el foco más en la parte negra que en otras ocasiones porque el tema lo requería. A mí siempre me ha gustado mucho la novela negra porque es un género que permite reflexionar en profundidad sobre asuntos terribles de nuestra actualidad.
El tema elegido es bastante duro, ¿cómo surgió la idea?
Llevo mucho tiempo dándole vueltas al tema de las desapariciones de niños y niñas, los secuestros, los abusos, los asesinatos de criaturas. Me parece un tema que hay que explorar, sobre el que hay que refexionar porque, si no se habla sobre algo que está sucediendo, mucha gente lo aparta de su mente como si no existiera. Y existe. Y tenemos que evitar que sigan sucediendo esas atrocidades. Hace unos años, cuando se dieron a conocer casos como el de Natascha Kampusch, y mucho antes el caso Dutroux, en Bélgica, y recientemente el de Maddie McCann, y tantos otros menos famosos, empecé a necesitar escribir una novela sobre el tema.
¿Ha resultado más complicada de escribir que tus otras novelas?
No. Lo que ha sido un poco diferente es que el proceso de documentación no ha sido tan agradable como el de otras novelas, en las que he estado leyendo sobre la moda de una época concreta, o éxitos musicales o viajes a lugares exóticos. Cuando una lee sobre crímenes contra menores, no duerme tan tranquila como cuando el tema es más amable; pero una vez superada la fase de documentación, la escritura ha sido tan atractiva como siempre, aunque he tenido que trabajar mucho con la insinuación y la sugerencia para que el lector o lectora pueda usar su imaginación en ciertas escenas que podrían haber sido escabrosas, de haber sido descritas con mayor detalle.
Has vivido en Austria muchos años, ¿por qué has elegido Viena como escenario?
En parte por eso, porque es una ciudad que amo y conozco; y también en parte porque en Viena se dio un caso muy impresionante -el del Wilhelminenberg, que también nombro en la novela- y porque, siempre que me paseo por el mercadito de Navidad, desde hace años, pienso en lo fácil que sería hacer desaparecer a un niño. Además quería mostrar otra cara de Viena, más allá del palacio de Sissi, la Ópera y la tarta Sacher.
Las referencias artísticas también tienen un papel muy importante en la trama.
Sí. El arte suele tener un papel en mis novelas, porque también lo tiene en mi vida, pero en este caso era una forma ideal de describir y retratar a uno de los personajes centrales ya que, a través del gusto artístico y literario de una persona se desvela su personalidad mejor que escuchando sus propias opiniones. Las palabras, sobre todo las que uno pronuncia en público, pueden no reflejar la verdad o lo que el personaje está pensando, pero la elección de los cuadros, de los libros, de los colores… eso sí dice mucho, a veces más incluso de lo que uno quisiera.
Tal como dices al final de la novela, la acabaste en pleno confinamiento, así que no puedo dejar de preguntar sobre cómo te ha afectado la situación que seguimos viviendo.
Desde el punto de vista puramente del trabajo cotidiano, el confinamiento no me ha afectado apenas porque, incluso en la vida normal, mi vida consiste en estar en casa, en mi estudio, escribiendo, sin ver a nadie y sin salir más que una hora al día a caminar o un rato al supermercado. Lo que sí me afecta mucho es que toda mi familia vive en otras ciudades y países, y ahora que no se puede viajar como antes, eso limita muchísimo mis posibilidades de ver a la gente que más quiero. Además, la mayor parte de actividades programadas en torno a mis novelas -promoción, clubs de lectura, talleres, conferencias, etc- han sido canceladas o pospuestas. Trato de ser optimista y creer que esto pasará pronto, pero cada vez que veo las cifras de personas fallecidas o las secuelas que el virus está dejando en quienes lo han superado pienso que quizá el optimismo no tenga demasiado fundamento.
Como escritora de ciencia-ficción, ¿pensabas que pasaríamos por una situación así?
Pensaba que era más que posible que sucediera en mi tiempo de vida, ya que hacía cien años de la última pandemia, y recientemente habíamos tenido otros brotes de enfermedades de alto contagio. Los que leemos y escribimos literatura de ciencia ficción no estamos sorprendidos por lo que está pasando. Lo que nos sorprende es que nuestros gobiernos, al parecer, nunca se hubieran tomado la posibilidad lo bastante en serio como para estar preparados para actuar rápido desde el mismo principio, desde que empezaron a llegar las noticias de China. De todas formas, tanto a mis colegas como a mí se nos ocurren cosas mucho peores que podrían suceder a nivel global, pero hasta que no sucedan, nadie va a molestarse en preparar una defensa. Es el famoso síndrome de Casandra. A nadie le gusta escuchar malos augurios, especialmente si se hacen realidad.
Después de esta experiencia, ¿habrá más novelas de este género?
¿En general? ¿Sobre una pandemia? Posiblemente sí, pero no creo que el interés de la población lectora sea demasiado alto. Hay mucha gente que ha escrito diarios del confinamiento con la esperanza de publicarlos; sin embargo a mí no me parece atractivo leer sobre lo que cualquiera de nosotros hemos vivido en carne propia. Si nos referimos a la ciencia ficción como género amplio, es posible que ahora poco a poco vayan existiendo menos prejuicios y más lectores se den cuenta de que es un magnífico ejercicio mental y una espléndida base para la reflexión. Me gustaría que sucediera y me parecería un indicio de que hemos madurado, de que nos ha servido de algo pasar por esta situación.