Tomás Alcoverro viene a hablarnos del libro Tot està per dir, que en realidad es una larga conversación entre el veterano periodista y Plàcid García-Planas, también reportero y redactor jefe de la sección internacional del periódico La Vanguardia. En él, Alcoverro nos habla de sus memorias y sus vivencias, y sobre todo de su frustración ante las revoluciones y lo difícil que es intentar mejorar el mundo.
¿Como nació este libro?
El tema es hacer unas memorias pero esto me desborda y me pone un poco nervioso. Creo que en la vida no se pueden hacer ciertas cosas, pero se pueden hacer otras. Salió esta posibilidad que en principio el editor no veía muy clara, pero cuando se le puso encima de la mesa esta fotografía (la de portada) tan impactante, cambió de opinión y pensó que esto podía tener interés. Tuve un momento un poco, digamos…de no buena interpretación… En las redes sociales la gente dice lo que le da la gana, como es lógico, y salió alguien y me dijo: «¿qué hace usted con un arma en la mano?». Y yo dije «oiga, que yo no soy belicista». Y por eso al principio del libro hago un afirmación de que no soy belicista. Esto se fue cocinando aprovechando también de estos días de la «peste». En todo caso, para entrar en materia, ha salido mi pesimismo ante las revoluciones y un poco también una cierta amargura porque mi generación sobre todo… Mi generación yo la defino un poco como ideológica. La revolución que a mí me marcó y no solo ideológicamente fue la de mayo del 68, en la que estuve. Era todo muy bello: l’imagination au pouvoir. Se pretendía por lo menos limar la autoridad, ya sea la autoridad del Estado, la autoridad paterna y la del trabajo. Y también una liberación de los sentidos, del sexo, de la moda, de la manera de vestir. Y eso verdaderamente yo lo creí, como otra gente también lo creyó hasta que esto acabó políticamente con una cosa que ocurre siempre, y es que el poder de De Gaulle salió más fortificado. Años después yo escribí unos artículos recordando las cenizas de mayo. Eso lo quiero ya decir de una manera muy concreta: la ilusión de la revolución de Cuba que era una cosa que en aquella época a la gente como yo, que estábamos en la universidad, nos emocionó. Hubo una serie de momentos -luego se estudió mucho esto- ese año del 68, como en la Europa del Este lo de Praga, e intelectualmente apareció un poco antes el gran filósofo de moda que era Marcuse, que hace esta síntesis tan heterogénea de marxismo, freudismo, etc. Y era un poco esta época que nos había animado y que acabó en cenizas.
Este libro ha sido escrito en plena pandemia.
Por vía telemática se pudo hacer bien y esto ha sido el fruto de esas conversaciones en las que han salido cosas que nunca había dicho y que no son políticas. Hay gente que se ha bloqueado y que no ha podido concentrarse para escribir. Esto me ha hecho pensar en la generación del 98, que vivieron las consecuencias terribles de la pérdida de lo único que nos quedaba, Cuba… Y la gente que vivía allí y se ganaba la vida tuvo que regresar a una España pobre y decadente, pero mira, de ahí nació una la generación como la del 98, increíblemente creativa. Hay gente que dice que «no pueden venir las buenas si no se pasa miseria».
Una frase del libro que me ha llamado mucho la atención: «al final las ideas no sirven porque el mundo son emociones». ¿Lo cree así realmente?
Sí, sí lo creo. Y si me permite tirar para una parte del mundo que profesionalmente he trabajado, lo creo aún más. Si en la política digamos «normal», las emociones son algo absolutamente habitual, imagínese lo que es meterse en un mundo, por decirlo de alguna manera, tan erizado. En el mundo de las grandes contradicciones que hay en estos países que son los pueblos del levante, y los pueblos árabes y los pueblos en general del Asia Menor y Oriente Medio. En este sentido son sociedades en que las emociones son todavía quizás más poderosas.
En el libro explica que le gustaba escribir e inventar cuentos desde niño. ¿Cree que el hecho de ser hijo único influyó en esto?
Bueno, nunca había pensado esto, me enriquece lo que usted dice. Pues no lo sé, quizás sí. Yo he sido hijo único toda la vida, claro, pero también he estado rodeado de gente amiga. En este sentido realmente me gustaba contar cuentos y empecé a escribir desde pequeñito. También sabe que en estos años uno depende mucho del ambiente en el que viva. En mi casa había una buena biblioteca, mi padre leía mucho. Había parientes en la familia vinculados de una manera o de otra a las letras… A mí siempre me gustaron las letras. Cuando hubo la división del bachillerato en Ciencias o Letras, yo ya sabía desde hacía mucho tiempo lo que quería hacer. Hice Letras.
Ha sido corrector de Pla. No todo el mundo puede decir eso.
Esto fue una cosa muy incidental. Pla escribía en el Correo Catalán y en aquel momento yo ya colaboraba con ellos. Empecé a escribir en la revista de Badalona, porque vivímos allí, donde mi padre era secretario del ayuntamiento. Varias veces me tocó. Llegaba el texto escrito a mano de Pla con una letra que era muy difícil de entender y sí, en varias ocasiones me tocó poner algún punto y aparte, lo que hoy se dice «editar», pero fue una experiencia muy breve.
¿Se ha sentido en algún momento parte de la historia en lugar de mero observador?
Sí. Fue en el regreso de Tarradellas, porque yo vine en la famosa avioneta en la que salió hacia Madrid y después de Madrid a Barcelona… Mucha gente subraya en este libro las anécdotas, y yo les digo, sí, anécdotas hay, pero no es lo que me interesa más que entiendan. Me interesa más que entiendan la frustración que yo he sentido ante el tema de las revoluciones y que son muy difíciles los cambios para mejorar la sociedad. Volviendo a lo que me dice, sí que ha habido momentos en los que me he sentido un poco más cercano a la historia, y el momento más intenso fue el del regreso de Taradellas porque yo estuve con él. Y cuento aquella frustración de que cuando él entra en el palacio de la Generalitat yo no pude entrar simplemente porque no llevaba la acreditación de periodista. Y entonces aquel hombre con el que yo había tenido un trato más cercano se convirtió de pronto en un personaje histórico e inalcanzable.
Hay una frase en el libro refiriéndose al Líbano que dice que «es el último eslabón del Imperio Otomano». A mi me ha sugerido un paralelismo con Yugoslavia, que también habría sido el último eslabón del Imperio Austrohúngaro. Muchas nacionalidades y confesiones religiosas viviendo en un territorio muy pequeño, que no podía dejar de provocar conflicto cuando el imperio ya no los unía.
Me gusta que lo subraye. Sí, lo creo y tampoco es invención mía. Es lo mismo, lo ha visto usted muy bien. El imperio otomano tenía dos alas muy largas que cubrían por la parte de Europa todos los Balcanes, y por otra parte cubría el Oriente Medio, árabe sobre todo. Sí, es exactamente como usted dice. En este sentido el Líbano sería la última reliquia, por decirlo así, de un sistema de confesiones y de comunidades. No étnicas, la gente a veces confunde. Los árabes son todos la misma etnia. No hablo de los kurdos sino de confesiones religiosas que convivían de una manera o de otra. Llegado un momento determinado esta convivencia se pone a prueba y puede llegar a no funcionar… O al revés, porque la idea al principio del Líbano era precisamente: «vamos a hacer esto para garantizar que cada comunidad, sea grande o pequeña, tenga el derecho de mantener su identidad». El terreno, es un terreno que es muy peligroso y muy escabroso y muy difícil de poder realmente explicarlo.
¿Le queda algo a Beirut que la haga similar a ciudades abiertas como Tánger o Alejandría?
Tánger ya no es Tánger ni Alejandría es ya Alejandría. Tánger, en el momento que se nacionaliza, le pasa lo mismo que a Alejandría. Y entonces está claro que de todo este mundo que ya ha desaparecido sí que se puede decir que Beirut es la ultima ciudad portuaria que todavía se mantiene. ¿Sabe por qué? Se mantiene por lo siguiente (esta es una teoría mía que habría que contrastar). Creo que la diferencia es sustancial: las minorías que habían en Tánger o en Alejandría eran en el fondo minorías de extranjeros, de colonias que venían de fuera. Los judíos estaban allí desde hacía mucho tiempo, los griegos también, pero las colonias occidentales, las francesas, las británicas, etc., llegan por el tema del algodón. Con el comercio del algodón Alejandría empieza a desarrollarse, a crecer y a prosperar, sobre todo un tipo de gente. Y la gran diferencia a mi modo de ver es que en Beirut no pasa eso porque son los propios libaneses los que han formado en algunos momentos estas minorías, estas élites.
Las tres ciudades son mediterráneas ¿Cree que habría alguna otra ciudad que pudiera recoger el testigo de Beirut o es un mundo que se acaba?
Y portuarias… Yo creo que el miedo que puede haber es que si algún día Beirut se deshace, no como ciudad, que son muchos millones de personas, pero sí que se deshaga en el sentido de que estas élites se pueden ir disolviendo. Entonces sí creo que se acabará este mundo levantino. Si me permite dos palabras para definir Levante. El levante aquí, en nuestro país es Murcia, Valencia… En el otro lado del Mediterráneo, cuando tu hablas del levante no entienden mucho lo que es. A mi modo de ver este Levante sería el Líbano, Siria, un poco Palestina, donde las influencias árabes han sido muy ricas. La influencia helenista, por ejemplo, ¿no? La influencia griega… Esto no ocurre en Arabia Saudí ni en Kuwait, por eso se llaman levantinos a este tipo de gente. Este tipo de gente que ahora está en peligro de que no puedan sobrevivir, que tienen una cultura un poco distinta a los demás árabes (que no dejan de ser árabes, pero que no son como los demás) y que tienen unos estratos culturales de influencia cristiana por ejemplo, que les identifica. Yo he conocido gente cuando llegué a Beirut, y todavía hoy conozco gente que se considera levantina y que tienen un poco de miedo porque temen que esto vaya a acabarse. El levantino sería sobre todo más bien cristiano, aunque también musulmán, y culturalmente sería también francófono, cosa que está desapareciendo ya. Sería comerciante, lo que antes llamaban sirio libanés, y creo que este mundo, que es un poco el mundo de mis amigos, está en peligro, si no de desaparición, de debilitamiento.
Fue uno de los últimos periodistas en abandonar la zona musulmana de Beirut durante la guerra. ¿Hasta dónde cree que hay que arriesgarse para conseguir una noticia?
Yo no creía que me arriesgaba tanto. Había gente que creía que la podían secuestrar. Es que yo lo que hago es fundar mi casa de verdad, porque me arraigo y porque mi manera de vivir es doméstica. Lo que no quiero es estar toda la vida de cliente de hotel. Lo quiero explicar muy bien porque es mi vida y como yo la entiendo. Tengo la suerte también de que vivo en el sitio en el que me gusta trabajar y al revés, trabajo en el sitio en el que me gusta vivir. Por lo tanto me siento plenamente a gusto y yo creía que no tenía por qué irme de mi casa, que estaba muy bien allí y que no tenía por qué pasar nada si me quedaba. Y no me fui. El miedo sí que es la cosa que hay que tener mucho en cuenta, no me fui porque creía que estaba en mi casa. Estuve poco tiempo fuera, como un mes, refugiado en la embajada de España que estaba en el lado cristiano, porque recibía muchas llamadas telefónicas: «oye Tomás, no te pongas en peligro, que te pueden secuestrar en cualquier momento…». Al final cedí y estuve un tiempo, pero regresé rápidamente a mi casa.
En cambio tuvo suerte al no estar en ciertos sitios…
Pues sí. Hablando salen las cosas, fíjese que me hubiera podido ocurrir exactamente al revés. Como estaba con mi amigo Arístegui, que era el embajador y que sí murió en un bombardeo en la parte cristiana… El día del bombardeo estaba invitado a comer y dije que no podía quedarme. Imagínese que yo, que me había ido de la parte musulmana por miedo, muero en un bombardeo en la parte cristiana.
También querría resaltar su primera crónica, que fue «Por el desierto del Sinaí», sobre de la Guerra de los Seis Días, que aparece en el libro. Al final la mayor parte del tiempo en una guerra es tiempo de espera.
Sí, lo dice usted muy bien. Una guerra está llena de esperas. Vi hace años una película terrible, una película americana sobre la guerra de Irak, no recuerdo si la primera o la segunda guerra de Irak. Y el tema era este, una patrulla que espera y espera, pero no les entra la orden de atacar y se están allí consumiendo en una base perdida en el desierto sin que la guerra llegue. Entonces, con respecto a esta crónica de los tanques, que es del 67, un grupo de periodistas estábamos con el ejército israelí y nos enseñaban la zona que habían conquistado: el Sinaí, los tanques destruidos del ejército egipcio… y recuerdo esta imagen de los tanques que estaban como cuerpos esparcidos… Una crónica que luego años después la leí y pensé: «está bien, sí».
Está muy bien… Me gustaría ahora preguntarle por una anécdota: al final se quedó sin poder viajar en el Orient Express.
Sí, esto también me gusta que salga porque en la vida perdemos bastantes cosas porque creemos de una manera bastante, no diré estúpida, pero bastante sin pensar, que las cosas duran… Las cosas no duran nada de nada. No puede imaginarse estos días de esta situación de peste terrible que yo procuro hacer todo lo que puedo durante el día y no dejarlo para mañana. Y entonces en este caso fue por mi culpa, por mi tontería: «ya lo haremos otro día». No hay otro día. A mí el tema este de la realidad y el deseo es un tema que siempre me ha preocupado mucho. Poéticamente, Cernuda tiene un libro que se llama así, La realidad y el deseo, y siempre me ha parecido que la lucha por la felicidad, o la felicidad por así decirlo, es cuando se tiene la gran suerte de cumplir un deseo lo más pronto posible y más si es en el mismo momento en que florece el deseo. Yo creo que sería eso. Estos días estoy pensando en la cantidad de personas mayores que aquí, en España, estaban esperando la jubilación pensando en los grandes viajes que podrían hacer y ahora no pueden viajar. ¿Ahora qué? El Orient Express yo lo perdí quizás en aquel momento porque creí que todavía continuaría. Lo que decía el Eclesiastés de que hay un tiempo para cada cosa, y también hay un poema de Rilke que habla de eso. Lo que no hagamos en el momento ya no se hace. Es un tema enormemente profundo.
Otra frase del libro que me ha llamado la atención es que «el mayor problema era la propiedad privada».
Viene de lo siguiente. Yo soy de formación jurídica. El derecho nuestro viene de distintas fuentes como el derecho napoleónico, y la base es el Derecho Romano. Los principios generales del Derecho Romano aceptaban la ocupación, pero no como se hace ahora, sino la ocupación de baldío. Para que vea que esto que nos parece muy lejano no lo es tanto. El tema básico del derecho romano y de nuestro ordenamiento jurídico es la propiedad. Si todo está basado en la propiedad absoluta, el mundo es lo que es… Yo no es que proponga nada ni ninguna confiscación ni recorte de nada. Hasta que la propiedad no se suavice de alguna manera… pero algunos la han suavizado tanto que han atentado contra ella. Nuestro mundo occidental está basado el el tema indiscutible del derecho de la propiedad, pero también el abuso y la extralimitación de este derecho conduce a graves abusos.
¿Hay algo que quiera comentar de algunos de los personajes que aparecen en el libro? Ha conocido a tantos, a García Márquez, a Juan Bosh, a Jomeini…
Hay un pequeño personaje que es el secuestrador del embajador, y esto no está novelizado. Ocurrió así: era un secuestrador que lo pregonaba. Decía: «ándate con ojo, embajador, que si no sacas a mi primo de Meco (porque estaba detenido en Madrid, en Alcalá Meco) te voy a secuestrar…». Y al final lo secuestró. Fue un secuestro digamos «simpático», que duró pocas horas. Este hombre también vino a mi casa para decirme: «oye, tú que conoces al embajador, dile que esto va en serio». Por otra parte era un chico elegante y guapo que le gustaba fardar e ir en coche. Fue el único secuestrador, gracias a Dios, que yo conocí (risas). Y ya que estamos en el tema este, recordar otro pasaje del libro que cuenta que un vecino mío fue secuestrado, Roger Auque, un francés, mi vecino del tercero. Fue secuestrado por los palestinos. Era la época de los secuestros palestinos. Aquí ha habido muchas etapas, ¿no? Y lo que quiero contarle tiene gracia y a la vez es penoso. Cuando se acaba el secuestro y le liberan, este desgraciado de secuestrador, este pobre hombre que no tenía nada que ver con Roger Auque… Le habían dicho: «tú cuando este salga de su casa o entre en el pub, le coges y le metes en el coche…». Y lo que cuento en el libro es una cosa muy triste y a la vez simpática y humana. que cuando van a soltar a Roger Auque le dice: «ahora que usted va a salir, acuérdese de mí y ayúdeme con la embajada de Francia para conseguir un visado para ir a París». Tremendo.
Fue uno de los pocos privilegiados que pudo viajar en coche directamente Jerusalem a Beirut.
Es posiblemente una de las cosas más emocionantes que pude hacer. Fue durante la guerra del 82, cuando entraron los israelíes. Venía de Jerusalem e iba con un oficial israelí. Habían ocupado el sur del Líbano. Hice una cosa que me parecía imposible, que era ir y volver en el mismo día desde Jerusalem a Beirut por la frontera que vuelve a estar, como ha estado siempre, cerrada a cal y canto. Fue una cosa increíble, como de pronto situaciones inimaginables, se hacen posibles.