Este joven escritor gallego nos habla de Zona de habitabilidad, su segundo libro de reciente publicación. Se trata de una novela en la que el protagonista toma la decisión de mudarse a Canarias para comenzar una nueva etapa laboral y vital, especialmente esto último. Como telón de fondo, su deseo de escapar de la ansiedad, un problema que lleva años condicionando su existencia.
El protagonista y narrador de Zona de habitabilidad se aleja casi dos mil kilómetros de su casa para comenzar una nueva vida y, de algún modo, intentar escapar de lo que le atormenta. Sin desvelar el desarrollo del libro y la consecución o no de ese objetivo, ¿cómo valorarías la utilidad de apartarnos de nuestro entorno natural para encontrar respuestas a determinadas cuestiones personales o, dicho de otro modo, el viaje interior a través del viaje físico?
Es una valoración compleja, porque hay varias perspectivas a tener en cuenta para llegar a una conclusión, y esa conclusión ni siquiera es única. Por un lado, creo que la búsqueda de experiencias diferentes siempre es útil y aporta nuevas formas de ver el mundo, además de nuevas armas para enfrentarse a él. Cuanto más conocemos el terreno que nos rodea, el más cercano y el más remoto, mejor preparados estaremos para cualquier situación posible. Pero creo que más importante que conocer lo que nos rodea es conocer lo que está siempre con nosotros, lo que hay dentro de uno mismo, y entender con ello cuál es la manera más razonable de enfrentarnos a lo demás. La solución a los conflictos por los que pasamos debería buscarse siempre desde dentro hacia fuera. Arregla primero lo que depende solo de ti (aunque sea difícil y necesites ayuda) y más tarde podrás ocuparte de lo demás. Todo el mundo entiende al momento que hacer un viaje para escapar de una tibia fracturada es inútil, porque tu pierna viajará contigo. Con los problemas que son psicológicos en lugar de físicos pasa exactamente lo mismo, aunque por algún motivo a veces nos neguemos a entender que nuestra cabeza también nos acompaña a donde vayamos. Por lo general, los problemas de base interna no suelen encontrar su solución real con cambios externos, aunque los cambios de contexto puedan ayudar a paliarlos en cierta medida. Tú mismo has utilizado dos palabras, “intentar escapar”, que dan una clave importante, porque las cosas de las que puedes escapar son aquellas que están fuera de ti. Cuando quieres escapar de algo que tienes dentro resulta imposible, porque te lo llevas contigo a todos lados.
La ansiedad, un problema de nuestro tiempo y nuestra sociedad. ¿Cuáles consideras que son las mayores dificultades a la hora de enfrentarse a este mal no tan fácilmente visible?
El mayor problema lo tenemos ya muy identificado pero muy poco subsanado, y es lo alejados que estamos todavía de encontrar una normalización en el trato social de los problemas de salud mental, tanto dentro de la conversación cotidiana como en el acceso a ayuda profesional accesible y efectiva. La ansiedad crónica es un problema que, como otros muchos, te puede romper por dentro, porque por lo general cuando empiezas a enfrentarte a ella no sabes lo que está pasando en ti. Sobre todo cuando aparece en etapas tempranas del desarrollo de una persona. Un niño que se enfrenta a esto desde pronta edad se va a sentir terriblemente solo porque tiene un problema que no entiende, que su entorno no entiende y que teme manifestar porque no encuentra a nadie hablando de ello por ser un tabú absurdo e incluso incomprendido. Este problema iniciado en etapas más adultas puede ser menos dañino, pero cuanto antes aparece más delicado es. Te transforma por dentro, va moldeando cosas y, en cierto modo, te coloniza como si fuera un parásito. Creo que una cosa de la que se habla muy poco cuando se habla de esto es el impacto que tiene sobre lo más esencial de las personas, más allá del malestar provocado. Ahora mismo hay demasiados niños enfrentándose a algo que no entienden y que, salvo que tengan la suerte de encontrar a tiempo armas adecuadas para enfrentarlo, les hará desarrollar mecanismos de evitación que les llevarán a mostrarse en su vida como personas muy diferentes a lo que les correspondería ser en otras circunstancias. Muchos de esos niños tendrán formas de sentir y de enfrentarse al mundo que no les corresponden y que no les satisfarán nunca en su vida. Porque el impulso de evitar la incomprensión será más fuerte que ellos al haberlo adquirido antes que otros impulsos necesarios para contrarrestar ese. Es triste que a lo máximo a lo que hayamos llegado como sociedad es a que las personas que sufren este tipo de problemas tengan un entorno cada vez más comprensivo con ellas, pero no por haber puesto más medios para solucionar el problema y generar conciencia, sino porque cada vez más gente lo sufre y cada vez más gente sabe lo que es sentirse así.
Es muy común toparse con testimonios de personas que ante la falta de adaptabilidad a nuevos entornos (otra ciudad, otro país, un nuevo trabajo…) culpan a los demás, pero resulta interesante comprobar cómo en este libro el protagonista tiene una visión más completa y autocrítica.
Es que las culpas ajenas me resultan irrelevantes en la mayoría de situaciones en lo que a resolver problemas individuales se refiere. Salvo en conductas realmente inaceptables sobre las que sí sea obligatorio actuar, fijar el foco en las culpas ajenas es inútil porque lo que otros hacen es algo que difícilmente podrás cambiar. No puedes cambiar a los demás si ellos no tienen voluntad de hacerlo; de hecho, cuanto más le digas a alguien que debe cambiar, más se obcecará en no hacerlo. Creo que aceptar que las cosas son como son y buscar caminos para mejorarlas que impliquen cambiar lo que está en tu mano evitando el victimismo es la mejor opción. El victimismo te hace víctima y la autocrítica, aunque muchas veces no sirva de nada, te da autonomía. Para mí no hay color si tengo que elegir entre las dos opciones. Cada uno puede pelear por mejorarse a uno mismo, pero cambiar a los demás es una tarea casi imposible que tiene un potencial infinito para provocar frustraciones y odios varios. Además, aunque parezca lo contrario, culpar a los demás lleva también al conformismo porque, por muy belicista que seas, llegará un punto en el que la falta de resultados te hará aceptar que nada tiene solución y no vale la pena seguir peleando o te convertirá en un cínico sin remedio. Si centras tu interés en aceptar que las cosas son así y buscar un camino para adaptarte a ellas es más sencillo ver avances. Aunque la frustración vaya a estar presente en cualquier camino elegido, cuando usas la autocrítica siempre hay margen para pensar que en algún momento encontrarás una solución por ahí perdida.
En un momento dado de la novela, el protagonista se plantea qué supondría viajar atrás en el tiempo y contarle a su yo de veinte años cómo iba a ser su vida, y llega a la conclusión de que, de poder hacerlo, este la vería como un fracaso. ¿Hasta qué punto puede resultar insoportable la sensación de fallarse a uno mismo por no cumplir con determinadas expectativas?
Puede llegar a ser una fuente de frustración importante. Una de las cosas que más contribuyeron a mi paz mental fue darme cuenta de que todos esos objetivos que te marcas y que crees necesario conseguir cuanto antes para tener éxito son absurdos y nunca resultan ser lo que te esperas. En mi caso lo acepté al acabar mi formación académica y darme cuenta de que el objetivo que me había marcado como innegociable durante muchos años, el de dedicarme a la investigación, conllevaba aceptar cosas que no se correspondían con lo que yo quería en mi vida. Rechacé la oportunidad sin pensármelo cuando me llegó, a pesar de que el yo de veinte años se llevaría las manos a la cabeza por renunciar a algo en lo que había invertido tanto tiempo, pero mi yo de veintimuchos aprendió algo importante. Aceptando eso aprendes a vivir paso a paso y a aceptar que cada cosa tiene sus etapas y cada una de ellas te está llevando a sitios a los que en principio quieres llegar, pero al final del camino ya se verá lo que hay. Como el destino puede acabar siendo muy distinto a lo que esperabas, la única opción válida es disfrutar el camino. Cuando eres capaz de ir quitándote esos engaños de encima, la cabeza se transforma y empiezas a verlo todo de una manera más sana. Ojalá se pudiera llegar a ese aprendizaje mucho antes, pero para asimilarlo tienes que experimentar en tus carnes esa sensación de que el mundo podría ser mucho más bonito si la realidad fuera igual que las ideas que nos creamos en nuestra cabeza. Los objetivos son buenos porque nos hacen mejorar, pero la llegada a ese objetivo puede ser decepcionante y por ello no hay que frustrarse demasiado durante el camino. Es mucho más importante ser capaz de disfrutar cada etapa que quemarlas rápido para llegar cuanto antes. El mundo siempre busca a nuevos Michael Jackson o nuevas Judy Garland, a gente que asombre a todos cuanto antes mejor, pero después ese mismo mundo lleva a Michael Jackson y a Judy Garland a pozos oscuros de salud mental. Que le den al mundo y a sus búsquedas, lo que importa es la búsqueda de cada uno, y dicha búsqueda debería ser la del bienestar interno y no otra cosa. Y que le den también al yo del pasado, porque al yo del pasado le faltaba siempre mucha experiencia por vivir.
En Zona de habitabilidad hallamos un registro expresivo llano, natural y espontáneo en la voz narrativa, acorde con la personalidad de ese protagonista. ¿Era un reto saber plantear ciertas cuestiones filosóficas sin caer en un lenguaje farragoso y afectado que restase realismo a esa primera persona?
Creo que la preocupación a la hora de escribir esto, más que en el tipo de lenguaje utilizado, estuvo en conseguir encontrar una manera de manifestar las ideas con el grado debido de credibilidad sin que el humor presente en la obra restase contundencia a los mensajes más reflexivos y serios. Pero al final todo eso sale naturalmente porque la vida es realmente así, con sus momentos de risa y sus momentos de seriedad equilibrados de forma espontánea, y la gente transmite sus ideas con palabras llanas y no con discursos aristotélicos. Por ello estoy contento con el resultado. Escribo sobre el mundo que conozco, y el mundo que conozco es ese en el que la gente habla con cercanía y sencillez, sin fliparse demasiado. El lenguaje llano y las actitudes normales tienen mucha más fuerza que la complejidad a la hora de transmitir mensajes porque la gente se identifica con eso y no con palabras que hay que buscar en el diccionario. Existen otras maneras de expresarse, quizás más elevadas y elegantes, pero no son la mía. Creo en una literatura existencialista cercana al público real, a la gente que conozco. Nunca escribiría para un público que me es ajeno, porque no estoy en ese ambiente. Escribo sobre aquello con lo que me identifico.
Por otro lado, y a pesar de la seriedad de los temas planteados, también hay bastantes situaciones que casi podríamos tildar como cómicas, tratadas con ironía e incluso humor negro.
El humor es innegociable en casi todo. Cuando escribí esto pensaba que estaba haciendo una novela existencialista con toques de comedia, pero ahora que pasaron unos meses creo que más bien es una comedia con toques existencialistas, porque lo primero que suele destacar la gente tras leerla es que les hizo reír. Y está bien que así sea, porque el humor y la ironía son vehículos muy potentes cuando hablas de problemas, hace que se les dé otra perspectiva. Puede que el humor no haga desaparecer los problemas, pero tampoco conozco ningún problema que se agrave por echarse unas risas y es hasta lógico hacerlo, porque reír te transmite que el enemigo es mucho menos temible de lo que parece. Además, ¿desde cuándo la risa es menos digna que la seriedad? Divertirse es mucho más sano que autoimponerse el sufrimiento, y por ello siempre que sea posible se debería intentar ver los problemas propios como algo de lo que sacar partido. Cuando hablamos de reírse de problemas ajenos la cosa es mucho más peliaguda, pero nadie tiene derecho a reprochar que te rías de algo que te pasa a ti, aunque compartáis dicho problema. Cada uno lucha con sus circunstancias como mejor le parece, no como mejor les parezca a otros.
Estudiaste Física y posteriormente te especializaste en Astrofísica Computacional. Está claro que no eres ni el primer ni el último escritor procedente del mundo de las ciencias, pero estas disciplinas a cualquiera le podrán sonar muy alejadas del mundo literario. ¿Escribir novelas era una pasión que siempre estuvo ahí?
No estuvo siempre ahí, de hecho estaba ya en la carrera cuando escribí mi primera obra de ficción, un relato de dudosísima calidad que no tuvo mayor recorrido que un sonoro fracaso en el certamen literario para el que fue creado. Hasta la veintena nunca se me había dado por pensar que escribir era una posibilidad, pero probé por aburrimiento y contribuyó a eliminar ese aburrimiento, así que seguí haciéndolo. A día de hoy me parece insustituible como forma de desconexión, y el ámbito científico y la literatura son muy complementarios, ya que son tan diferentes que escribir resulta una forma de evasión importante.
Todavía eres joven —naciste en 1991— y este es tu segundo libro. ¿Tienes planes de futuro para seguir escribiendo de una manera ya sea más constante, ya sea más esporádica?
Sí, suelo escribir más por rachas que de manera planificada y sistemática, pero tarde o temprano siempre acaban apareciendo ideas nuevas que hacen inevitable probar a ver qué sale de ahí. Hay proyectos para el futuro, algunos ya terminados y a la espera de encontrar un hueco en algún sitio y otros en diferentes estados de desarrollo, porque me gusta anotar todas las ideas y al final se me acumulan los documentos de Word con varios párrafos de algo que lo más probable es que nunca llegue a nada. Mis planes pasan por seguir publicando cosas, siempre que quienes se encarguen de publicar esas cosas sigan teniendo interés por mis planes.