Hoy tenemos el honor de contar en nuestro espacio de entrevistas con Víctor del Árbol, premio Nadal 2016 y premio Valencia Negra 2018, entre otros galardones. Ha sido nombrado Chevalier des Arts et des lettres por el gobierno francés y es autor del La tristeza del Samurai, La víspera del casi todo o Por encima de la lluvia.
¿Recuerdas qué fue lo primero que escribiste?
Sí, me acuerdo perfectamente. Lo primero que escribí fue un retrato de mi madre. Yo era pequeño, tendría diez años… Y se lo regalé. Y lo primero que escribí con un poco de sentido de la ficción, de sentido del relato fue cuando gané un concurso en el colegio. Fue sobre una excursión que hicimos a Tossa de Mar y nos pidieron que describiéramos qué había pasado ese día. Yo en vez de hacer eso, lo que escribí fue un cuento sobre los berberiscos y gané el premio. Me regalaron Requiem por un campesino español. Eso fue lo primero que escribí.
¿El primer libro que te hizo pensar «yo quiero hacer esto»?
Creo que en mi caso no hay un libro concreto. Yo me crié desde muy pequeñito en bibliotecas y enseguida pasé de una manera natural del placer de la lectura al placer de la escritura. Encontré enseguida un canal de comunicación a través de las palabras escritas que me era más fácil que la expresión oral. Era un crío muy tímido y me expresaba mejor a través de lo escrito que de lo oral Y mis primeras lecturas, no sé… Clásicos. Quizás estas novelas ilustradas de la editorial Bruguera, de la Ilíada, de la Odisea. Pero el primer libro que leí con conciencia de lo que significa ser escritor y pensé: «esto es lo que yo quiero hacer», fue uno que leí cuando aún no había cumplido los quince años: El extranjero de Camus. Creo que ese libro para mí fue una catarsis en el sentido de que, por primera vez, entendí la dimensión que puede tener un escritor. Esa idea de que escribir no es sólo contar anécdotas, peripecias, sino que es sobre todo hablar de una tesitura humana, de la condición humana. Al leer ese libro entendí la trascendencia de lo que significa ser escritor.
Has contado alguna vez que te obligaron a reescribir un pasaje de la Ilíada.
Fue una especie de castigo por dibujar en los libros. Cosa que sigo haciendo. Una mala costumbre, marcar y subrayar en los libros. Es algo que he explicado muchas veces, pero es verdad, aquello fue porque desde muy pequeñito creo que tenemos tendencia instintiva a ciertos temas y hacia ciertos perfiles. Y a mí, no sé por qué, siempre me había gustado más Hector. En el caso de la Ilíada, es muy sintomático que a mí me gustara más Héctor que Aquiles. Yo en Héctor veía lo que he visto después en todos mis personajes, esa fragilidad, que te hace fuerte. En cambio Aquiles es esa fortaleza que te hace débil, porque no es capaz de entender. El valor es cuando te enfrentas a tu miedo. Yo esa escena cuando Héctor sale de las murallas de Troya sabiendo que va a morir, ¿no? Pero que tiene que enfrentarse a esa muerte porque simboliza la resistencia para su pueblo y su familia… Siempre he sentido más inclinación por este tipo de personajes frágiles que al final se acaba demostrando que son más fuertes.
¿Fue muy duro el periplo hasta que algún editor te hizo caso? Muchos escritores creen que cuando acaban el libro ha terminado el trabajo duro.
Sigo teniendo la sensación de que el trabajo duro acaba de empezar. Creo que cualquier escritor que quiera dedicarse a esto de una manera íntegra debe tener en cuenta que el trabajo nunca se acaba. Nunca hay una seguridad. Hay una barrera de seguridad que nosostros nunca tendremos, porque lo que hacemos es muy inconsitente en el sentido de que no hay nada a lo que agarrarse, ninguna certeza. Tú no sabes cómo va a recibir el lector tu proxima obra. No sabes cómo vas a estar tú. Así que sí, fue muy duro al principio, sobre todo la sensación de invisibilidad. La sensación de que tú tenias algo que querías contar para que otros lo leyesen, porque hay un momento en el que pasamos de escribir a querer que otros nos lean. Son dos procesos distintos. Entonces cuando tú ya sientes la necesidad de que otros te lean porque consideras que lo que escribes merece la pena que sea escuchado. Al principio lo que era para mi muy duro era esa invisibilidad. Llegar a casa despues de trabajar no sé, ocho, diez, doce horas; ponerme a escribir y mandarlo a editoriales, a premios, a gente, y sentir que no, que no conectaba. Eso me hizo pensar en si lo que yo tenía que decir valía la pena. Pero el caso es que seguí escribiendo e intentándolo. No es que yo fuera inmune al rechazo, es que sabía que iba a seguir escribiendo. Igual que si algún día dejo de tener el favor de la gente y dejan de leerme, seguiré escribiendo porque forma parte de mí.
Hay quien dice que los premios no importan, pero en tu caso tienes entre otros el premio Nadal, eres Chevalier des Arts et des lettres en Francia… Así que ¿qué significa un premio?
Creo hay que reconocer que los premios te afianzan. Primero te dan visibilidad y reconocimiento, pero también lo que te dan es autoexigencia. El hecho de ganar un premio como el Nadal hace que la gente te juzge de otra manera. Y lo importante creo que es saber resistir la tentación de bascular hacia la opinión de la gente, hacia lo que la gente espera de ti o lo que los editores esperan de ti, y seguir manteniéndote un poco fiel a la idea de la voz narrativa que tú tienes. Así que en primer lugar lo que te da es consistencia, reconocimiento. Y luego en mi caso me han dado autoexigencia. Necesidad de ir mejorando. Porque creo que en este oficio nuestro no hay nada seguro. En mi caso los premios los disfruto mucho dutrante dos o tres días, pero después, no es que los olvide, pero pasan a segundo plano. Lo que has hecho ya no sirve. Porque yo gané´el nadal en 2016, pero en 2017 vino Care Santos, en 2018 Alejandro Palomas, luego vendrá otro… Ya está, no se puede vivir del pasado. No se puede.
¿Cuál de tus novelas sientes que es más completa o con cuál te sientes más satsfecho?
Me gusta mucho por lo que digo y por lo que he sido capaz de contar, Por encima de la lluvia. Porque he sido capaz de no dejarme llevar por el éxito de Un millón de gotas, o por La tristeza del samurai, por ese tipo de recursos que ya controlas muy bien. Me apetecía escribir algo distinto y sabiendo que la gente a lo mejor no lo iba a aceptar. Pero creo que nosotros sobre todo nos debemos a nuestra intuición, a nuestra necesidad de contar una historia al margen de lo que luego pueda pasar. En ese sentido estoy muy contento con esta novela. Yo he abundado mucho en esta última novela en esa idea que te decía antes de que para ser frágil hay que ser muy fuerte. Para mostrar tu fragilidad hay que ser muy fuerte. Hay que estar muy seguro de quién eres, de lo que quieres y de lo que has hecho. Y ya no es una cuestión de ser viejo o no, para cualquier persona. Es la única manera de romper con nuestro pasado. De dejar de ser lo que fuimos y atrevernos a ser otra cosa, y para eso no hay edad.
Me llama la atención los nombres que eliges para tus personajes: Germinal, Nahum, Ulises…
Intento que todo lo que escribo tenga un sentido que vaya más allá de lo explícito. Creo que la literatura trabaja mucho con el simbolismo. Entonces habrá mucha gente a la que el hecho de que un personaje que siendo policia se llame Germinal no le diga nada, pero otra gente entenderá que es una contradicción. Porque Germinal es la novela de Emile Zola que los anarquistas cogieron como paradigma. Y hubo en los años 30 y en los años 20 muchos anarquistas que ponían a sus hijos nombres como Germinal, Libertad… Y ya que estamos hablando de la novela La víspera de casi todo, el caso de Eva Mahler, por ejemplo, por el compositor alemán. Y tiene también un significado que va más allá del apellido, del hecho de que su familia sea de origen alemán. Porque también es por esa composición que a mí me emociona mucho y es La canción de los niños muertos, que le da una pátina, una piel a ese personaje que tiene que lidiar con la muerte de su hija. Me parece importante que las palabras, los nombres, los adjetivos, los verbos que utilizamos tengan un por qué. No solo que sean parte del engranaje de la historia sino que cuenten una historia paralela. Es lo que llamamos subtexto, metaliteratura, o estructura profunda.
¿Cómo ves el panorama cultural con las nuevas tecnologías?
Mira, yo creo que una de las cosas buenas que todo esto nos ha traido es que hoy en día todo el mundo escribe, cosa que hace cincuenta años no pasaba. Creo que eso es una ventaja. Es decir, cualquier persona aunque no tenga aspiraciones novelísticas, aunque sea en redes sociales, escribe. Entonces la palabra escrita ha vuelto a ser un elemento importante. ¿Cuál es el problema de eso? Pues que si no se tiene cuidado se banaliza. Es decir, por ejemplo, confundimos la opinión con la crítica. Pensamos que cualquier cosa se puede decir de cualquier manera. Y luego está el gran negocio del siglo XXI que es el negocio del ego, del narcisimo. Cualquiera quiere su cuota de fama. Cualquiera tiene la legítima aspiracion de ver su nombre ahí para los demás. Lo que pasa es que no sé si todo el mundo que tiene esa aspiración es consciente de las consecuencias que acarrea. Y creo que ser consciente de las consecuencias que acarrea escribir para otros es lo que te convierte en escritor. Es decir escribir con un sentido, con un por qué, mas allá del striptease personal o emocional. Entonces lo que veo es que es muy dificil el oficio de escritor, que quiere publicar. Es muy difícil ¿Por qué? Porque nosotros tenemos que luchar, tenemos que competir con otras formas de narrar, con otras formas de ocio, con otra concepción de la cultura que no tiene nada que ver con la literatura. Eso hay que asumirlo y hay que aceptarlo, sin dramatismos y sin quejarse. Lo que hay que hacer es escribir mejor y ya está. No hay más.
¿Cómo animar a la gente a leer, sobre todo a los jóvenes?
Creo que cualquier persona que lea entiende el valor que tiene un libro y cualquier persona que no lea, no sabe lo que se pierde. Es así. Cuando tú entras en un libro que te llama, que te atrae… Por que esa es otra, mucha gente no entra en la lecura porque simplemente a veces los escritores no sabemos transmitir esa empatía, ese mundo donde un no lector se pueda sentir identificado. Entonces lo que hay que hacer desde mi punto de vista es poco a poco, sin grandes alharacas, demostrar que un libro no es sólo un instrumento de entretenimiento. Porque entonces iremos a ver una serie de Neflix, de televisión, porque es más fácil. No nos pide tanto esuerzo. Si no que hay que convencer del valor intrínseco de la lectura. Es decir, cuando un libro te convierte a ti en protagonista de esa historia. Hablábamos antes de nuestros libros, los libros que nos habían marcado cuando éramos jovencitos… ¿Por qué nos enganchamos a la lectura? Porque sentíamos que era algo que nos pertenecía a nosotros. Sólo a nosotros. Lo que yo intento es transmitir la idea de que la literatura no es una cosa árida, si no una cosa que puede llegar a todo el mundo. Y que además puede dar un valor añadido que va más allá del entretenimiento, y que es un espacio. Te voy a poner un ejemplo, cuando tú estás aislado, en una prisión, en un pueblo pequeño, y coges un libro, entiendes el valor que tiene ese libro. Te abre la puerta a todos los mundos. Tú y yo ¿por qué leemos? Porque cuando estamos leyendo no estamos aquí, estamos allí. Cuando uno lee está allí y a veces es mejor estar allí que aquí.
Hay una frase tuya que también me llama la atención, y es la que se refiere a «la generación del silencio».
Yo creo que nosotros, la gente de nuestra generación tenemos que romper ese siliencio, precisamente para que la próxima generación no pase de la generación del silencio a la generación del olvido. Porque muchas de las cosas que ahora parecen novedosas, en realidad no lo son, simplemente ya habían pasado pero se oilvidaron. Cuando me dicen, oye ¿por qué hay tanta literatura sobre la posguerra y sobre la Guerra Civil? Porque parece un poco cansino ese tema que ya pasó hace tantísimos años. Yo siempre digo lo mismo, por la necesidad que tenemos de romper ese silencio para que no caigamos en el olvido. Entonces a mí me parece que la literatura es fundamental. Es fundamental la ficción de la realidad para traerla una y otra vez al presente. Una y otra vez. En Francia, por ejemplo, hay una literatura impresionante de ficcion sobre la Primera Guerra Mundial. Porque para los franceses la Segunda Guerra Mundial fue muy dura, pero en 1940 Francia ya fue invadida, sin embargo la Primera Guerra Mundial se llevó por delante a toda una generación. Entonces todavía se sigue escribiendo sobre aquello. Siempre he dicho que cada sociedad tiene sus cicatrices, tiene sus heridas abiertas y la ficción, poco a poco ayuda a cauterizarlas.
¿Qué proyectos tienes ahora?
Estoy escribiendo una histora que está ambientada muy lejos de aquí, en África Oriental, en Uganda. Y es la historia de un niño. Igual que en Por encima de la lluvia elegí el punto de vista de la vejez, ahora quería hacer otra cosa distinta. Es una novela más épica, más del estilo de Un millón de gotas, pero desde el punto de vista de un niño que ve con ojos de niño los horrores de la guerra. Es una novela dura. Yo creo que la inocencia, la ingenuidad de la niñez nos puede proteger de ese horror que nos rodea. En mis novelas siempre hay esa lucha entre la luz y la oscuridad. Es buscar cómo un crio de doce años que está inmerso en una guerra encuentra espacios para la imaginación, para evadirse. Un poco lo que hacíamos tú y yo con los libros.