Javier Vela, poeta, novelista y autor de ensayo nos visita para hablarnos de su libro de relatos Guía de pasos perdidos publicado por la editorial Páginas de Espuma.
A lo largo de su trayectoria ha tocado prácticamente todos los géneros: poesía, novela, ensayo… ¿Por qué un libro de relatos en este momento?
Bueno, uno está siempre en constante cambio, ¿no? En esta etapa vital me siento muy atraído por las posibilidades que ofrece la ficción breve. El cuento es un género excelente para adentrarse en la búsqueda de realidades complementarias. Así como la novela resulta más propicia para trazar el análisis social y material de una época, el cuento favorece el desarrollo de escenografías íntimas por medio de la síntesis imaginativa. El mito, el símbolo, entre otros mecanismos del inconsciente (semejantes a los que determinan el hallazgo poético) están muy vivos en él. A veces bastan un par de trazos sutiles para hacer aflorar la psicología profunda de un personaje. Es una cuestión de intensidad e intuición, creo yo, más que de rigor y oficio, aunque estos no sobren nunca. Los buenos cuentos producen una suerte de extrañamiento que desfamiliariza lo cotidiano y que nos obliga a repensarnos y a interpretar nuestra realidad con ojos nuevos.
A veces, entre los lectores, se observa un escaso interés hacia los libros de relatos, cuando no una sonrisa condescendiente. ¿Por qué cree que está infravalorado un subgénero como este, a pesar de haber proporcionado grandes obras a lo largo de la historia?
No estoy seguro de que se trate de un género infravalorado. Quizá sí mal conocido, o conocido a medias. Hay que pensar en el cuento como un fenómeno especialmente afín a la experimentación. Como un espacio textual proclive al juego con el tiempo y el espacio narrativos, así como con el despliegue psicológico de los personajes (pensemos en La noche de Mardon, de Askildsen, por ejemplo). Eso hace que el lector deba abismarse en cierto grado de complejidad que el sencillismo imperante en la edición comercial deshecha a sabiendas. No es que el cuento deba nutrirse de malabarismos gratuitos ni de simples efectos de pirotecnia, claro. Se trata más bien de alumbrar ciertos ámbitos que hasta el momento permanecían a oscuras, como si recibiesen de pronto el fogonazo de un flash. El cuentista graba en su retina esa imagen efímera (que en ocasiones ni siquiera tiene asiento en la realidad) y trata de trasladársela al lector del modo más sintético posible. De ahí la importancia de la elipsis, que nos permite prescindir de las explicaciones acerca de lo que sucedió antes y después de ese instante. Una parte importante de la industria del libro tiende en nuestros días a minimizar y demonizar el esfuerzo implícito en la lectura a fin de convertirla en un mero vehículo de entretenimiento, en literatura de un solo uso, en un proceso semejante al que han experimentado el cine o la música. Tiendo a pensar que el lector, y sobre todo el lector exigente, es sólo una víctima de esa espiral empobrecedora.
En Guía de pasos perdidos encontramos un conjunto de once historias sin conexión entre ellas. Tal vez lo que le confiere unidad al conjunto sea la mirada hacia el interior de los personajes por encima del suceso que se narra. ¿Está de acuerdo con esta afirmación?
No mucho, para ser franco. Diría que existe una conexión evidente entre todas ellas, a veces de carácter temático, a veces formal, a veces meramente atmosférico. Que el planteamiento y la peripecia varíen en cada texto no significa que los cuentos no estén emitiendo su señal en la misma frecuencia. Hay claros vínculos espaciales, por ejemplo, focalizados en una geografía muy concreta: sureña, atlántica; hay temas y motivos que se recobran bajo distintos enfoques: la soledad, la pérdida, la decisión de huir o extraviarse a fin de recobrar la identidad; hay, incluso, un tono y una textura verbal cuya unidad envuelve todas las piezas, o esa es al menos mi percepción al respecto.
Aparte de lo anterior, ¿qué va a encontrar el lector en este libro?
El libro emprende en buena medida un paseo literario o de ficción por la cartografía emocional de mi infancia y de mi adolescencia, parándose en los temas y motivos que más me obsesionaban durante aquella época y que aun hoy me interpelan: la soledad, bajo sus múltiples formas y derivaciones (orfandad, desamparo, monotonía, recelo, descreimiento), la necesidad de volver al refugio de la individualidad, el carácter sociófugo de ciertos temperamentos —sin ir más lejos, el mío—, las trayectorias en fuga…
¿Qué ha supuesto para su carrera el hecho de haber recibido premios como el Adonais o, más recientemente, el Iberoamericano de Poesía Hermanos Machado?
En realidad los premios no son más que un incentivo (anímico, económico) para seguir apostando por un modo de entender la literatura y la escritura. Hay poetas excelentes que nunca han recibido uno, y autores por completo prescindibles que no saben ya dónde meterlos.
¿Qúe proyectos literarios tiene a corto o medio plazo?
Estoy centrado ahora en varias traducciones, un nuevo libro de cuentos y una novela. Todo se andará.
¿Algo más que quiera explicarle a nuestros lectores?
Nada que no consista en agradecerles la paciencia de deambular por esta entrevista y el deseo de que nos encontremos más pronto que tarde en la esquina de la próxima página.