Tras ganar el Premio Tusquets en 2020 con Dicen los síntomas, la escritora Bárbara Blasco ha logrado rescatar su novela La memoria del alambre para dotarla de una merecida segunda vida. Hablamos con ella sobre este libro construido a partir de recuerdos que tienen su raíz en unos años ochenta de contrastes emocionales, adolescencia desbordante y música irrepetible.
Un mensaje de correo electrónico recibido por la protagonista de La memoria del alambre sirve para hurgar en su pasado más remoto. Como escritora, eso te permitió trabajar sobre la forma en la que un estímulo inesperado causa determinados efectos en los recuerdos de una persona: qué sale a flote, por qué orden y de qué manera, qué selecciona la memoria, qué reconstruye y cómo lo reconstruye.
No podemos recordar todo lo que hemos vivido, nos volveríamos tan chalados como Funes el memorioso, aquel personaje de Borges. La memoria es la puntita del iceberg de nuestras vivencias, siempre implica selección, y la selección implica moral. Así que podemos concluir, como dice mi protagonista, que la memoria es conciencia al fin y al cabo. Y aunque parezca contradictorio, cada vez creo más que la memoria hace y deshace a su antojo, es una trilera, y nosotros meros espectadores de esa película que pasan en la pantalla de nuestra mente. No elegimos del todo qué conservar y qué no. Yo, por ejemplo, recuerdo estar en el patio del colegio siendo muy niña, parada bajo los soportales en un día de lluvia, pensando que ese momento lo iba a recordar mucho tiempo. Y así ha sido. ¿Por qué hay recuerdos anodinos que tienen la capacidad de aferrarse con fuerza a la memoria y otros, que creímos importantes, se han deslizado hacia el olvido? No tengo ni idea.
¿Crees que es mejor que ciertos recuerdos permanezcan enterrados para siempre o, por dolorosos que puedan resultar, conservarlos puede ayudar a saber quiénes somos nosotros mismos?
La memoria es un ente vivo, mutable, en algunos momentos puede ser mejor olvidar y en otros recordar. Si estuviéramos constantemente recordando el dolor, no podríamos vivir, o viviríamos con depresión, que viene a ser eso: vivir con el recuerdo constante del dolor. Yo ahora soy más de afrontar, la verdad me parece no solo un privilegio sino el único lugar habitable. Lo que pasa es que la verdad nunca es absoluta, siempre hay capas y más capas; vivir es ir pelando esa fruta. Pero prefiero dedicarme a pelar, a descubrir que a enmascarar, sin duda.
En tu libro se abordan algunas realidades oscuras de los años ochenta. Pero las dos protagonistas, lejos de provenir de familias marginales, pertenecen a una clase media o incluso se podría decir que acomodada: estudian en un colegio privado, el padre de Carla es profesor en el conservatorio… ¿Era importante dejar claro que esas turbiedades no eran solo patrimonio de lo quinqui y que se daban en cualquier entorno de la época?
Se daban y se dan. La indigencia emocional puede crecer en cualquier parte. El dinero no te libra de los traumas, de la violencia, del desamor, de los abusos. Creo que lo que más nos marca es el entorno emocional, el cariño o la falta de cariño que recibimos en nuestros primeros años, más incluso que la clase social donde crecimos. En algunas familias acomodadas, acostumbradas a cierta hipocresía burguesa, se da además un contraste entre la apariencia y la realidad, que puede producir aún más confusión y dolor.
La música juega un papel muy importante en la novela, no solo en el tiempo presente de la vida adulta de la narradora, sino también en la banda sonora de ese pasado.
Tenía claro que la música era el hilo conductor, quería contar la historia de estas chicas, nuestra historia, a partir de la música, de su evolución, desde los años ochenta hasta la primera década de los 2000. La música para mí es un gran misterio, un arte que está en la cima pero que no comprendo del todo, que no discurre por mi parte racional sino por algún otro canal misterioso. Por eso la música es inseparable de la adolescencia.
Conviene aclarar que en realidad La memoria del alambre se publicó originalmente a finales de 2018, por lo que en un orden cronológico es anterior a Dicen los síntomas (2020). Sin embargo, en la actualidad está gozando de una segunda vida en mayúsculas, ya con el altavoz que supone la reedición por parte de Tusquets. ¿Cómo se lleva eso de estar promocionándola ahora sin ser tu creación más reciente y recuperando sensaciones de algo que escribiste hace ya unos cuantos años?
Me da un poco de vergüenza, a decir verdad. Es difícil reconocerse en una novela que se ha escrito hace solo unos meses (el proceso de edición, de publicación a veces es largo) imagínate en algo que tiene años. Tengo la sensación de que yo ya no estoy ahí, en esa escritura, que he avanzado. Y seguramente sea así. Asumo, no obstante, que con el tiempo, con los años, pienso más y mejor, aunque siento con menos intensidad. Y esa puede ser la virtud del libro, tiene defectos sin duda —creo que ahora digo mejor— pero también contiene mucha emoción en bruto.
Aquella primera edición corrió a cargo de una editorial pequeña (en el sentido más respetuoso de la palabra), Che Books. ¿Fue tu primera opción para publicarla en aquel momento o hubo otras que rechazaron el manuscrito? Lo pregunto porque si fue esto último lo que ocurrió, quizás ahora más de uno se estará tirando de los pelos por haber dejado escapar un libro como este y no haber sabido valorar a una ulterior escritora premiada.
Apenas la mandé a un par de editoriales, y en una versión bastante menos trabajada, así que seguro que los que la rechazaron tenían razones sobradas para hacerlo. También es verdad que lo que busca un autor en un editor es que vea más allá del texto, que lo quiera, que lo ame (literariamente hablando) a pesar de sus defectos, que intuya todo su potencial. Iván Serrano en Tusquets me mira así y es bonito.
Por cierto, sin desmerecer la original, cuesta entrar en una librería y no fijar la vista en esta nueva portada.
¿Verdad que sí? Tiene algo hipnótico esta chica fumadora. La portada anterior me gustaba también, era más underground. Pero esta es elegante y dan ganas de llevársela a casa. Estuvimos buscando fotos, había algunas de niñas fumando, de la fotógrafa Sally Mann, que me fascinan, y también de Joseph Szabo, que retrató mucho a adolescentes, pero eran imágenes carísimas. Hasta que en la editorial dieron con esta. Y fue un flechazo.
Eres una autora activa en lo que se refiere a talleres de escritura y clubs de lectura. ¿Cómo te sientes al frente de este tipo de actividades, en un trato directo con las personas interesadas en empaparse del mundo literario?
Bueno, a mí me gusta más el poder de las palabras y la imaginación que el llamado mundo literario, tan miserable, tan maravilloso o tan absurdo como cualquier otro. En los talleres, me interesa esa intimidad que surge en un grupo de desconocidos a través de la palabra escrita. Mucha gente piensa que se acude a un taller porque se quiere ser escritor y publicar a toda costa pero no, escribir sienta bien a cualquiera. Siempre digo que es como el deporte, no todo el que va al gimnasio se está preparando para las olimpiadas. Pero qué bueno es estar en forma, física y mental.
Para terminar, una curiosidad: eres valenciana y escribes en lengua española, pero extrañamente solo tienes entrada en la Wikipedia en gallego, al menos hasta día de hoy. ¿Estabas al tanto de esto?
(Risas) Sí, estuve en un acto en la librería Paz de Pontevedra y se acercó un señor muy amable y me dijo que me iba a crear una página en la Wikipedia gallega. Me hizo una foto en la que salgo con cara triste, una foto que podría subtitularse: Apadrina a un escritor. Te necesita.