José Ignacio García: «Las novelas son golosinas, no verduras al vapor»


Nos visita José Ignacio García Martín autor de Donde nadie habla, La vida privada de Dios, Bolero envenenado, El fantasma de Buravia, En3lazados y Pantanos de la cordura, con una trayectoria marcada por las letras y el buen hacer literario. Es profesor de escritura en Escuela de Escritura Ateneo Barcelonés y Aula de Escritores.

Rulfo se inició gracias a los relatos de su abuelo. Borges en la biblioteca paterna. Todo escritor tiene un principio, ¿cómo te inicias tú en el mundo de la escritura?

Supongo que el origen está en los tebeos, una de mis aficiones favoritas cuando era niño. Durante años dibujé mis propias historietas y pensé que tal vez me dedicaría a ello en el futuro, pero la inercia narrativa me acabó derivando hacia las novelas. Aun así, mi afición a la literatura conserva ese espíritu lúdico original: no soy de los que piensan que es mejor aburrirse con un libro que divertirse con cualquier otra cosa. A veces queda bien decir que se sufre, pero yo no concibo este oficio si no es por placer. Disfruto escribiendo igual que otros bailando, montando en bicicleta o jugando con la videoconsola.

Tu sexto libro publicado, «Donde nadie habla», es una historia centrada en el acoso escolar y sus posteriores estragos, donde muchos lectores se sentirán identificados con la víctima, ese personaje, casi anónimo, del que resulta aterrador leer acerca de sus experiencias escolares: ¿cuánto hay de real en lo que le sucede?, ¿por qué escogiste este tema?, ¿crees que se hace lo suficiente para visibilizar el acoso escolar?

La impresión es que en el tema del acoso escolar —eso que ahora conocemos popularmente como bullying— sí se ha progresado, al menos en lo referente a la conciencia colectiva. El problema de mi protagonista es que sufre un tipo específico de acoso, las novatadas, sobre el que no hay ni tanta atención ni tanta sensibilidad. Aquí no se trata ya de niños o preadolescentes, sino de personas mayores de edad que estudian en universidades privadas. Es probable que ese médico que nos inspira tanta confianza o ese empresario al que se admira por su éxito fueran parte de una camarilla de abusones que ayudó a perpetuar esta tradición absurda y miserable. Entiendo que quien lea la novela crea que las salvajadas que aparecen son un producto de mi retorcida imaginación, pero lo cierto es que la mitad de ellas están sacadas de casos reales. El silencio que rodea a todo esto es la razón de que me interesara por el asunto. Hoy en día no se nos ocurriría llamar «chivata» a una mujer que denuncia malos tratos en el hogar o acoso sexual en el trabajo. Tampoco le diríamos «chivato» a un menor que denuncie haber sufrido abusos de un adulto. Con el tema de las novatadas —algunas dignas de la Santa Inquisición— se mantiene una inexplicable ley del silencio, similar a la omertá de una organización mafiosa.

El triángulo de tus protagonistas podría recordar a otros triángulos como el de El gran Gatsby o El bueno, el feo y el malo, donde cada uno aporta una particular visión del mundo. En Donde Nadie Habla encontramos a tres personajes redondos, Ruth, Gustavo y Rodrigo, a los que sería complicado atribuirles roles específicos, pues cada uno destila cierta ambigüedad entre el bien y el mal: ¿te inspiraste en casos conocidos de personas?, ¿cómo indagaste en recrear los distintos puntos de vista?, ¿por qué quisiste darles voz?

2021-04-08-Donde nadie hablaLos perfiles de los personajes son un resultado más del enfoque creativo general. Me gustaba la idea de escribir una historia que pusiera del revés los roles tradicionales del género. Por un lado, la propia intriga ya apunta en sentido opuesto a lo habitual: en este caso, no se trata de saber quién es el criminal, sino más bien quién es la víctima. Por otra parte, la inspectora de policía protagonista no es la encargada de investigar el caso central de la novela, y es un personaje atípico respecto al estereotipo del policía de ficción, cuya nómina acostumbra a nutrirse de hombres sagaces o heroicos, pero al mismo tiempo atormentados, cínicos o taciturnos, absorbidos por su profesión y con una vida personal desastrosa o directamente arruinada; aficionados al alcohol, más cerca de la autodestrucción que de la autoestima, etcétera. Aquí tenemos inspectora en vez de inspector; Ruth Cuevas está en un momento feliz de su vida sentimental y delicado en el terreno profesional, y es alguien que elegiría antes un chocolate con churros que un gin tonic. Representa también la dificultad de ser mujer en un entorno liderado por hombres y gobernado por costumbres machistas. Y en cuanto a los personajes de la víctima y el asesino, la idea es que la percepción del lector cambie a medida que avance en la trama, hasta el punto de que sus roles pueden llegar a intercambiarse. Dicho de otra manera: es una novela con criminales y culpables, pero sin héroes ni inocentes. No pensé en personas conocidas, pero sí que tuve claro que había que situar el punto de vista alternativamente en unos y otros, ya que todos merecían la oportunidad de que el lector se pusiera en su piel, y eso también evitaría que el narrador pudiera ser acusado de tener preferencias o prejuicios.

Permíteme que te cite: «Desde que terminó la mili —las guardias eran aún más aburridas que la literatura— no ha leído más de cuatro o cinco libros. Con todas las películas se queda dormido antes de llegar al final». ¿Qué sientes al retratar a un personaje que prácticamente odia la literatura?, ¿qué libros le recomendarías a una persona así?

Si alguien ha probado la lectura y no le gusta, no hay que insistir. Nunca he sido partidario de ciertas sentencias que se airean a menudo entre los que leemos o escribimos, frases del tipo «Mejor leer que ver la tele», «Más lectura y menos fútbol», etcétera. Me parece un doble error: ni es cierto, ni es beneficioso para nuestro oficio. Nos presenta a los lectores y los escritores como miembros de una secta arrogante y exclusivista, cuando, al menos en mi caso, no es así. Antes he dicho que el origen de mi vocación literaria está seguramente en los tebeos, y que no he perdido ese espíritu lúdico. La condición de lector no es incompatible con la de aficionado a cualquier otro pasatiempo, y para mí los libros siempre estuvieron en el cajón de los juegos, no en el de las obligaciones. Esto no tiene nada que ver con la calidad o la profundidad de las obras leídas. Chesterton dijo que «lo divertido es lo contrario de lo aburrido, no de lo serio», y me parece la definición que mejor se ajusta a mi manera de entender la literatura. Si tratamos de imponer la lectura como cuando de niño te obligaban a comerte las acelgas, nos tendremos bien ganadas todas las antipatías. Las novelas son golosinas, no verduras al vapor.

Y ya que hablamos sobre lecturas, ¿qué libros lees?, ¿si te pidiera una lista de diez libros cuáles incluirías?, ¿cultivas algún género en especial?, ¿hay algún autor que te guste transitar más que otros?

Suelo leer narrativa, en especial novelas, y también, aunque en menor cantidad, cuentos. Me gustan sobre todo los autores europeos y americanos de los últimos cien años, con especial inclinación hacia los españoles y los anglosajones. Como cualquier lector mínimamente prolífico, sería incapaz de hacer una lista de diez o aun de cien libros, pero sí te puedo nombrar los tres mejores que he leído en lo que va de año, y que han pasado directamente a formar parte de esa lista imposible: La única historia, de Julian Barnes; Simón, de Miqui Otero, y Knockenstiff, de Donald Ray Pollock.

Cine, cine y cine: Un día de furia, Los hombres de Harrelson, Nosferatu, después de leer Donde nadie habla, se aprecia tu gusto cinéfilo: ¿en qué medida crees que las artes audiovisuales impactan en la literatura actual?

Mucho, en especial en la literatura de género. Desde la forma de estructurar las historias o la manera de plantear las descripciones hasta las referencias y fuentes de inspiración (a un lector moderno de novela criminal le sonarán más títulos como Seven, Pulp Fiction o Breaking Bad que autores como Raymond Chandler, Gilbert K. Chesterton o Dashiell Hammett). El cine ha sido tan importante en mi vocación narrativa como los tebeos y los libros, y aunque imagino que esa influencia permanecerá, puede que incluso se haya quedado obsoleta frente a otras modalidades audiovisuales más de moda, como las plataformas de series de televisión o los videojuegos, que están ya presentes en los relatos y novelas de los autores más jóvenes. En términos dramáticos y creativos, es perfecto que ambas artes se alimenten mutuamente, pero también hay que tener claro que el «modo de empleo» no es el mismo. El cine, por ejemplo, le ahorra al espectador un esfuerzo imaginativo que es imprescindible para que lector disfrute de la novela o el cuento. Por otra parte, veo cada vez más que las novelas se promocionan destacando que se leen «de un tirón», o «a toda velocidad», como si el tiempo dedicado a la lectura fuese inversamente proporcional a la calidad de la obra. Imagínate, después de dos o tres años trabajando para que la novela te quede más o menos decente, lo que esperas es que quien la lea se tome el tiempo suficiente para saborearla, y no que la engulla como si fuera fast-food.

En el libro emites bastantes críticas, a la sociedad, a los políticos, a la exclusión social; en especial hay una, que por mediación del retrato de un personaje, me ha encantado. La crítica a los reallities y la telebasura. Para ello creas al tío Jaime, el estereotipo de contertulio más habitual en los platós de televisión. ¿Crees que los medios de comunicación han tocado fondo o todavía pueden bajar más?, ¿por qué crees que las personas demandan estos programas?

Justo mi anterior novela, La vida privada de Dios, trataba sobre esto. Había un reality show cuyo premio no eran miles de dólares o un viaje alrededor del mundo, sino un órgano (un riñón, un corazón o un hígado) que los concursantes debían ganarse para seguir viviendo. Cuando se publicó, en 2013, era prácticamente una distopía, pero no creo que ahora nos extrañara mucho encontrar algo así. Lo peor, de todas formas, no son los reallities convencionales; lo verdaderamente triste es que los programas informativos y de debate han adoptado la versión más chusca de dicho formato, y se han convertido en espacios marrulleros, escandalosos y chabacanos. Probablemente me equivoque, pero pienso que los periodistas y los tertulianos influyen más en la intención de voto que los propios políticos, y eso sí que es más espeluznante que Mujeres, Hombres y Viceversa o las obras completas de Lovecraft. En cuanto a por qué el público podría demandar este tipo de programas, no estoy tan seguro de que sea así. Es decir, creo que, en este mundo nuestro, la famosa ley de la oferta y la demanda es la ley de la oferta, a secas. No es que nos den lo que pedimos, sino que nos convencen de lo que debemos pedir. Y esto no pasa solo en la tele; ocurre también con los libros, aunque no me entusiasme precisamente reconocerlo.

Desde tu experiencia, ¿qué opinas de las distintas maneras de las que dispone un autor en estos tiempos para publicar su obra: autopublicación, editorial clásica y coedición?, ¿qué ventajas y desventajas ves en cada una de ellas?

La edición clásica es la que me ofrece más garantías, como autor y también como lector. No hay nada que asegure algo tan subjetivo como la «calidad» de un libro, pero el proceso tradicional de edición contempla al menos un criterio adicional al del propio autor —además de la necesaria revisión de estilo—, y eso me parece fundamental. Un editor que apuesta por tu libro sin pedirte nada a cambio ya te demuestra de algún modo que esa obra, como mínimo, es digna de hacerse pública (luego está el gusto de cada cual, que es tan respetable como incontrolable). Y después está el asunto de la distribución, que es la clave de todo. La mayoría de las librerías siguen siendo reacias al material autoeditado, y aún hay un número considerable de lectores que prefieren ir a la tienda y tocar el libro antes que descargarlo online o pedirlo a través de una web. Aun así, soy consciente de que el panorama está cambiando, pero una cosa es que cambie la forma de adquirir o distribuir los libros y otra que dé la sensación de que cualquier persona puede publicar cualquier cosa escrita de cualquier manera, solo porque internet sea un espacio enorme y de libre acceso.

Gracias por tu tiempo, Nacho, y en este último punto te invito a hablar sobre tus proyectos futuros o explicar cualquier tema que quieras añadir.

Durante los meses de confinamiento terminé otra novela de género criminal que, si no hay nuevos giros inesperados, debería ser lo próximo que podáis leer. Y en la actualidad, además de la promoción de Donde nadie habla, trabajo en una novela que ya inicié hace tiempo y que tengo ganas de escribir por fin, ya que concentra varios de los temas que más me interesan: la música, los tebeos, el cine y, por supuesto, ese crimen que, por la razón que sea, siempre necesito colar en las historias. Finalmente, os invito a visitar mi web joseignaciogarciamartin.com y mi perfil de Instagram @joseignaciogarciamartin, donde, aparte de informaros sobre mi propia actividad, siempre son bien recibidos vuestros comentarios y recomendaciones.