Alberto Torres: «Quería, mediante lo narrativo, hacer un análisis social y psicológico de nuestra época»


Jávea es una novela que reflexiona acerca de diversos aspectos presentes en nuestra sociedad como las desigualdades, la familia, el trabajo, el dinero o la búsqueda de la felicidad. Tenemos la oportunidad de charlar con su autor, Alberto Torres Blandina.

Nunca has ocultado que este libro tiene un fuerte carácter autobiográfico. Ahora que ya has plasmado tantas vivencias, ideas y emociones en el papel al alcance tanto de conocidos como de desconocidos, ¿sientes liberación o son otros sentimientos diferentes los que te quedan?

Yo nunca tuve como primer objetivo escribir una biografía. Si utilicé historias reales fue porque quería, mediante lo narrativo, hacer un análisis social y psicológico de nuestra época. Me parecía más honesto, para hablar por ejemplo de la meritocracia, utilizar ejemplos reales: de mi propia experiencia o de la de otros donde se problematiza la idea wonderfulera y neocapitalista del ascenso social mediante el valor y el esfuerzo. Podemos decir que llego a lo biográfico y a las anécdotas personales desde la pretensión de que estas se conviertan en una especie de fábulas, extraídas de la vida real, de las que extraer conclusiones (o al menos preguntas que el lector puede hacerse para llegar a sus conclusiones).

En relación con la pregunta anterior, hay que decir que no solo se airean intimidades tuyas, sino también de terceros, algunos de tu familia, otros no. Entendidos como ciertos y no ficcionales, se desvelan detalles de personas que han pasado por tu vida que, aunque no aparezcan necesariamente señaladas con nombre y apellidos, podrían reconocerse o ser reconocidas. Quizás algunas nunca lleguen a leer Jávea o a saber de su existencia, pero seguramente otras sí. ¿Has sufrido alguna reprimenda en este sentido o crees que la podrías llegar a sufrir?

Las personas más cercanas me dieron su permiso para salir en la novela. Al resto les cambié el nombre. El mayor compromiso era mi madre, pues mis abuelos maternos son los más expuestos en el libro y sabía que no le iba a sentar bien que aireara ciertas cosas. Por eso desde el principio supe que sus comentarios serían incluidos. Quería que su voz me recriminara, matizara e incluso contradijera mis recuerdos. Y así fue. Una vez la leyó (y quedó un poco en shock por el desnudo integral familiar) quedamos para hablar y sus comentarios se fueron añadiendo como una capa más que, al mismo tiempo, mostraba la poca consistencia que en ocasiones tienen los recuerdos, que acaban distorsionados para encajar en la narración que hemos hecho (inconscientemente) de nuestra vida: todos nos narramos mentalmente con un arco de personaje, distinto en cada persona pero con arquetipos similares: historias de superación como las de las películas de domingo por la tarde; de esfuerzo y ascenso como en el cine comercial; de ascenso y caída como en Scorsese; de rebeldía justificada (porque siempre encontramos justificación para todo lo que hacemos, por horrible que sea) como ocurre en Joker o en Parasite...

Una de las líneas temporales de la novela —independientemente de que podamos hablar o no de las concepciones más convencionales de «línea temporal« o de «novela»— se sitúa en 1994, al menos en el 1994 que pudiste conocer. De esa primera mitad de los noventa, en el imaginario colectivo quedan los Juegos Olímpicos de Barcelona, la Expo de Sevilla, la llegada del AVE y, en definitiva, una sensación de auge y progreso. Sin embargo, tu libro nos ayuda a recordar otras cosas que estaban ahí.

JaveaWebCuando yo era niño se vivían con naturalidad cosas que ahora nos horrorizarían. Y no hablo del cine del destape o de los chistes de Arévalo, que también. Hablo de los heroinómanos pinchándose en la calle, de las mujeres humilladas o abiertamente maltratadas por sus maridos machitos o de la violencia callejera entre pandillas. También, y esto me parece positivo, había mucha más vida en la calle. Los niños y jóvenes estaban menos vigilados y no había esa obsesión por proteger a los hijos que está dando una generación de niños poco autónomos y muy dependientes de la autoridad. Todo tiene su cara y su envés.

En ese año 1994 podemos sentirnos dentro de una cadena de montaje en la que los trabajadores tienen una perspectiva muy concreta de su presente y su porvenir. ¿Ejemplo real y al mismo tiempo metáfora de la vida como cadena de montaje que no se puede abandonar?

Como dice la novela, algo está fallando si dedicamos la mayor parte de nuestra vida a trabajar, muchas veces por sueldos miserables. Algo está fallando si la mitad de la gente que conozco va a terapia y toma pastillas para dormir y tiene crisis de ansiedad a pesar de tener lo que se considera una vida buena. Algo está fallando si gastamos parte del salario en pagar a alguien que críe a nuestros hijos y cuide a nuestros mayores porque nosotros estamos en la «cadena de montaje» y no tenemos tiempo. Algo está fallando si los jóvenes cobran 1000 euros y vienen inmigrantes de países sin oportunidades para prosperar mientras algunos empresarios ganan miles de millones que ni en cinco generaciones podrán gastar comiendo caviar cada día. La resignación empieza a ser cómplice del problema. No, si no lo consigues no es problema tuyo, de que no te hayas esforzado. Es culpa de un sistema que debe ser mejorado, poco a poco pero mejorado. El ascensor social está cada vez más estropeado.

Un tema principal en tu libro es el de los efectos del sistema capitalista más salvaje en las personas. Si en los embalajes de los bienes de consumo, en la publicidad y en las páginas web de comercio electrónico hubiese mensajes abarcando un tercio de la superficie, como en las cajetillas de tabaco, con mensajes del tipo «Las compras compulsivas no harán tu vida más feliz», ¿crees que algo cambiaría o ya es demasiado tarde?

El problema es que no profundizamos en las cosas. Y no es culpa nuestra, claro que no. Es culpa de la vida que llevamos donde lo urgente está por encima de lo importante. Estrés, cansancio, estímulos atontadores por todos lados. Después de una larga jornada laboral igual lo que te apetece es tomarte una cerveza o ver el fútbol antes que leer un ensayo sesudo. Y acabamos actuando por inercia y creyendo, porque apenas escuchamos discursos problematizadores, lo que nos dicen que debemos creer. Las compras son a veces más eficaces que las pastillas, pues generan dopamina. Amazon es una especie de Teletranquimazín en forma de nuevas zapatillas o vestido. Acabamos asumiendo que trabajamos para comprar. Entre otras cosas porque el trabajo (tal y como está planteado) nos enferma y nos cansa mentalmente

¿Podríamos decir que Jávea es una novela determinantemente determinista?

No lo creo. Intenta señalar algunos factores que nos determinan, pero creo, como persona progresista, que los cambios en las estructuras sociales producen cambios en la vida individual de las personas y en la mentalidad de estas. A la historia me remito: cada revolución trajo algunas mejoras en la calidad de vida y en favor de la igualdad. Ahora estamos en un momento de retroceso de ciertos logros, pero es una reacción a la crisis económica y de identidad (la revolución digital ha creado un mundo nuevo que aún no hemos encajado).

Y a los que tienen —o creen tener— el as para matar el tres con argumentos como «no te quejes, peor están los que pasan hambre» o «no te quejes, peor están los que nacen sin una pierna», ¿qué les responderías?

Supongo que la gente busca justificaciones resignadas para no asumir que su vida podría ser mejor. Además, basta ya de pensar solo en nosotros solamente. Si una ley, inercia, tradición va dejando «víctimas», pues mejor cambiarla. Aunque no nos afecte personalmente. No podemos pensar solo en nosotros. ¿O queremos vivir en un mundo ultraindividualista donde cada cual mire por sí mismo? Sería asqueroso.

En Jávea hablas de viajes lejanos, algo que ha formado parte de tu vida. ¿Viajar abre la mente o hay que tener la mente abierta antes de viajar para que no parezca lo contrario?

Pues no sé qué decirte. Creo que el acto de viajar es en sí un acto que muestra apertura mental al menos en las ganas de descubrir y conocer al «otro». Pero es verdad que hay viajes y viajes: ir al Caribe a ponerme una pulserita y beber margaritas es un acto de hedonismo, en cierto modo clasista (o aspiracional). Que no lo critico. Yo a veces soy profundamente hedonista. Pero ese tipo de viajes no abren mucho la mente, la verdad. Una vez vi en Estambul a dos españoles quejándose de que en el mercado hablaban poco español. Lo juro. Y en unos templos de Katmandú vi, mientras me tomaba un té en un local, cómo otros españoles sacaban jamón y chorizo de papel de plata diciendo que como en España no se come en ningún sitio. Pero, a pesar de esta forma paleta de viajar, estoy seguro de que algo aprenderán y se quitarán algunos prejuicios al hablar con el «otro», estereotipado en su cabeza. O eso quiero creer…

Llevas ya con esta siete novelas a tus espaldas, en algún caso con traducciones a varios idiomas, como por ejemplo Cosas que nunca ocurrirían en Tokio. Habida cuenta, además, de que hoy en día las redes sociales nos permiten interactuar con personas de otros países, ¿qué supone para ti poder haber llegado como escritor a lectores alemanes, franceses o griegos?

Mi primera novela ganó varios premios en Francia, fue best seller en Alemania y se vendió bien en países como Grecia o Israel. Era genial recibir mensajes en redes sociales de lectores de diferentes países. Por desgracia en España se publicó en Belacqva justo unos meses antes de su cierre, lo que hizo que la novela no fuese promocionada y, antes de haber comenzado su andadura, retirada de las librerías y quemada. Sí, quemados todos sus ejemplares sin siquiera preguntarme. Eso hizo que el público español, en general, no pudiese leerla. Lo curioso es que han pasado diez años y todavía recibo tres o cuatro mensajes al año de gente que la busca sin éxito. ¡A ver si alguna editorial se aventura a reeditarla!